EL RAPTO DE EUROPA, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 26 de marzo de 2017

Ayer se cumplían 60 años de la firma de los Tratados de Roma que dieron origen a lo que hoy conocemos como Unión Europea.



La idea de poner en funcionamiento una Europa unida y sentida comenzaba ahí. 

Fue el momento en los que los grandes europeístas veían factible la consecución de un sueño que comenzaba siglos atrás, pero se visualizaba como posibilidad tras la publicación en 1923 del manifiesto Panaeuropa, y proyecto a través de los escritos del mismo autor que el manifiesto, el Conde de Kalergy en su obra “El manifiesto por Panaeuropa” (1925-1928). 


Pero Europa debió esperar hasta 1947, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando Richard Nikolaus Graf von Coudenhove-Kalergi regresa a Francia donde funda la Unión Parlamentaria Europea. En el congreso de dicha Unión celebrado entre el 8 y 12 de septiembre de 1947 defendió la idea de que la creación de un mercado amplio, con una moneda estable, era el vehículo para que Europa reconstruyera su potencial y ocupara el sitio que le correspondía en el concierto de las naciones.

Estas mismas intenciones plasmadas en papel, obedecían a la idea original de Robert Schuman, el cual que pretendía ir aún más allá de la unión de las organizaciones supranacionales que operaban hasta entonces en el espacio europeo, como el BENELUX (1944) o la CECA (Comunidad Europea del Carbón y el Acero 1951).


Así eran ratificadas en 25 de marzo de 1957 en los ya conocidos como Tratados de Roma, que completaban el nacimiento de una emergente Europa Unida con la creación del EURATOM (Comunidad Europa de la Energía Atómica) y la CEE (Comunidad Económica Europea), ratificados al amparo de la República Federal de Alemania (entonces se denominaba así), Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo. 

Aún que no sería hasta el Tratado de Maastricht (1992) más conocido como el de la Unión Europea, cuando se constituye la piedra angular en el proceso de integración europeo al modificar y completar al Tratado de París de 1951, los Tratados de Roma de 1957 y el Acta Única Europea de 1986. Así, por primera vez se sobrepasaba el objetivo económico inicial de construir un mercado común y se le daba una vocación de unidad política, y seguía creciendo la joven Europa unida al amparo de 12 países que la mimarían, Alemania, Bélgica, Dinamarca, España, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal y el Reino Unido.

Pero los problemas comenzaron a surgir, y hoy 60 años después del inicio de todo, aquella Europa nadie sabe dónde está. A mí me viene a la mente la secuencia engañosa del “Rapto a Europa por parte de Zeus”, aunque en este caso no sé quién, ni cómo, ni dónde, pero a través de engaños y tretas se la han llevado lejos y la siguen agasajando para que no vuelva, quizá en alguna isla remota como en el relato mitológico.



A veces la realidad supera lo feérico, y si levantasen la cabeza, aquellos a quienes tanto esto les costó, verían con un gran disgusto el Brexit, pues aunque estaba previsto el abandono de un estado miembro en los tratados, aquellos firmantes de entonces, incluido el Reino Unido, ni se lo hubiesen planteado.

Pero no solo es el Brexit. El auge de los nacionalismos y los populismos (de un lado y de otro del espectro ideológico), por lo que tanto se luchó para su desaparición, y culpables en bastante medida de las dos Grandes Guerras, acechan como una sombra espía el cielo del territorio del Viejo Continente, en el que ya no se atisba rastro alguno de la idea que se anhelaba de Europa.


Y ahora nos encontramos ante un puzzle genético, histórico, religioso e idiomático que hay que reordenar y no va a ser nada fácil; y no me refiero al protagonizado por los millones de inmigrantes que suben de África y se acercan desde Asia, que también, sino a la difícil convivencia entre los 28 estados aun la componen a día de hoy.

Quizá debió quedase y hacerse fuerte con los Quince de 1994 (Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo, Irlanda, Reino Unido, Dinamarca, Grecia, España, Portugal, Suecia, Austria y Finlandia), es mi humilde opinión, y a raíz de ahí establecer acuerdos bilaterales con todos los demás estados interesados en participar del proyecto.

No seré yo quien juzgue las ampliaciones posteriores emitiendo problemáticos juicios de valor, aunque lo que sí me atrevo a plantear es que de esta situación hay que hacer un buen diagnóstico y rediseñar el proyecto, y como manifestaba Jean Monnet, “Europa se hará en las crisis y será la suma de las soluciones que a esas crisis se den”, es decir, aprovechar lo que estamos viviendo.


60 años después esa será la salvación de Europa.  A allí donde esté deberá ser liberada de su rapto, y así poder volver con los suyos a seguir protagonizando el proyecto de unión y colaboración para hacer posible los objetivos para los que fue creada.

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