" ADELANTARSE A LA ETERNIDAD", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 7 de abril de 2019
La eternidad como paso siguiente a la muerte, bien hacia
el Paraíso para los creyentes, bien a la levedad de la tierra para los ateos,
siempre ha sido un tema del cual se habla más que el de la causa que
irreversiblemente allí nos conduce, la muerte.
La muerte linda con la vida y es consecuencia de
ella. Son dos reversos de una misma moneda. Sin embargo, como reconocen algunos
psicólogos, la muerte sigue siendo uno de los grandes tabúes de nuestra
sociedad occidental, y como muestra he ahí los cambios en las circunstancias
que rodean al óbito. Muchos de nosotros recordamos, al menos yo, que antaño la
muerte era algo más visible, social; en la aldea los niños participaban de los
velatorios en casa; aunque esta vida que llevamos nos ha trasladado el hecho de
una muerte fría, de ciudad y tanatorios, y desde pequeños
se nos enseña que la muerte es algo que debe ocultarse. No sé si de forma
acertada o no, pero antes no era así, como no lo es en otras culturas, el
ejemplo del “día de los muertos” en México y sus afamadas “catrinas”
normalizando y representando la muerte en la figura de una mujer acicalada.
Pero en lugares como España, seguimos viendo como colectividad a la muerte como
algo lejano y que intentamos de alguna manera disfrazar u esquivar de tal modo
que hasta se le conceptualiza de muchas formas para huir del vocablo en
cuestión.
Pero esta situación es lo único que no tiene
solución y que deberíamos de saber afrontar o al menos que nos preparase para
ello, por que la verdad, y aquí me incluyo entre las primeras, nos cuesta
asumir la muerte, siempre la muerte es de otro, cuando verdaderamente no hay
nada más universal que el hecho de morir.
Sin embargo, hay personas que piensan en ella desde
otra óptica, y cada vez son más.
En nuestra sociedad actual, de alguna forma hemos
enviado a la “reserva” al más natural de los acontecimientos junto con el del
nacimiento en los seres humanos, la muerte. Y soy de las personas que piensan
que, en el afán de ignorar esta turbadora realidad, conlleva a que se resienta
la atención a los moribundos, y “ de aquellos polvos estos lodos” y como
muestra lo que ocurrió estos días.
Sin ir más lejos esta semana saltó la noticia de la
detención ( y posterior puesta en libertad sin medidas cautelares) de Ángel
Hernández, el cual ha dado un paso inédito en la lucha por la eutanasia en
España, grabando un vídeo de dureza extraordinaria en el que acerca el vaso con
la pajita a su mujer, María José Carrasco, para acabar con su vida, tal y como
ella había pedido tantas veces.
En ese momento me vino a la cabeza la imagen de Ramón Sampedro, prostrado en una cama durante 30 años con una tetraplejia que le consumía, y que falleció el 12 de enero de 1998 tras ingerir el cianuro potásico que su compañera le había facilitado.
El caso de María José Carrasco es el último que
hemos conocido, pero el de Ramón Sampedro, es el del primer español que reclamó
a la Justicia el suicidio asistido, abriendo el debate sobre la eutanasia; y
como muchos de ustedes recordarán, llevado al cine su caso a través de la
película dirigida por Alejandro Amenábar, “Mar Adentro”, en donde se acercó
esta cuestión al gran público y haciendo que el tema dejase de ser tabú.
Pero este argumento es como el río Guadiana, aparece y
desaparece y vuelve a aparecer, en mi opinión, la delicadeza y la intimidad de
este me parecen de muy complicado tratamiento generalizado.
Por ello creo que es de imperiosa necesidad tomar
cartas en el asunto por parte de los poderes públicos, ya que no me cabe la
menor duda, que lo que ha hecho público Ángel Hernández, como años antes Ramona
Maneiro, no es el único caso que a diario puede estar produciéndose en nuestro
país, y eso es lo que me aterra, la clandestinidad de estos acontecimientos.
En 1988, diez años antes de la muerte de Ramón
Sampedro el 53% de los españoles pensaba que un enfermo incurable debía tener
derecho a que los médicos le proporcionaran un final sin dolor. En 2011 ese 53%
se había transformado en 77,5%. Pero en el más reciente estudio sobre esta cuestión
firmado por la empresa Ipsos, es de noviembre de 2018 y recoge que un 85% de
los españoles -un 87% en el caso de las mujeres- son partidarios de la
regularización de la eutanasia.
Yo como católica no estoy a favor de la eutanasia,
ya que soy de los que abogan por la profundidad de la vocación sobrenatural del
ser humano revelando la grandeza y el valor de su vida, incluso en su fase
temporal; por ende no comparto los postulados de la denominada «cultura de la
muerte» en las sociedades occidentales para la cual «una incapacidad
irreversible priva a una vida de todo valor, anteponiendo justificaciones tipo
esconder detrás de la mal llamada compasión la apología y aprobación de la
muerte de un enfermo.
Sinceramente este debate es delicadísimo,porque
efectivamente como creyente siento una cosa, pero como profesional de la
sociología y demócrata practicante, mi deber es el de abrir mi mente, al menos
y aunque yo no lo comparta, y poner todas las herramientas posibles al servicio
de la sociedad para que el estudio y el debate sea lo más riguroso sobre las opciones
dentro de la ley que sí apoye la mayoría.
Entre la complejidad del tema, y el envejecimiento
de la sociedad, la vida se alarga y el proceso de morir se hace más extenso;
pero no por ello debe de explayarse el inicio del debate, como tampoco sobre la
enfermedad, la soledad y la enfermedad en soledad de nuestros mayores que, por
ser de necesidad imperiosa, lo trataré otro día en este artículo de opinión
dominical.
Yo que soy absolutamente “pro” vida no quisiera
estar ante una situación de tener que dar mi testimonio sobre el qué hacer
conmigo llegado un momento extremo y sin retorno; pero, por otro lado, viendo
que las legislaciones de otros países tratan el derecho a una “muerte digna” y
el elevado número de personas que están a favor de una legislación sobre la misma
en nuestro país, considero necesario abrir el debate para que la decisión que
se tome cuente con todos los agentes implicados en ella y todas las
posibilidades existentes. No obstante, sea cual fuere el resultado de ese
debate, lo que no seré yo nunca es juez de los que, llegado un caso extremo y
sin torna, quieran adelantar su paso hacia la eternidad.
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