"PAPIS PINOLIS", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 10 de septiembre de 2017
Recuerdo con ternura a Don Manuel, mi profesor durante 4º de EGB en el entonces colegio de La Junquera. Hoy con unos cuantos años más mi admiración por su figura y lo que aprendí de él, es si cabe mayor.
Aquel hombre bajito y bonachón tenía el genio típico de los maestros de la época, pero cuando se enfadaba demasiado y era consciente que estaba entre chavales, se desesperaba nos miraba, cerraba sus ojos y entonaba la frase “¡ay que bochorno, papis pinolis!”. Entonces sus alumnos callábamos, nos mirábamos y él comenzaba a sonreír.
Jamás supe lo que quería decir aquella frase, quizá ni él mismo. Pero la máxima de aquel magnífico profesor que compartía docencia con la copropiedad de una singular y vetusta sombrerería, que de aquella existía en la calle Manuel Quiroga, me ha acompañado desde entonces; y evocarla, me ha salvado en más de una ocasión de una mala consecuencia tras un ataque de genio.
Lo que viví este pasado miércoles, creo que como cualquier otro demócrata, me produjo un sentimiento de rabia contenida, impotencia, desazón, vergüenza ajena, y asco, que no podría ni ser disfrazado con las palabras de Don Manuel.
Porque lo que es absolutamente increíble, es que un puñado de insensatos ególatras que llevan mangoneando Cataluña como si fuera el patio de su casa, herederos de aquellos que en la sombra manejaron el levantamiento del entonces principado en 1640, que nunca reino, quieran poner patas arriba la estabilidad legal, política, social y económica de España; la España que ya era real antes que su país de Nunca Jamás de Peter Pan, o el mismo maravilloso de la Alicia de Lewis Carroll, apelando entre otras muchas sandeces al Derecho de autodeterminación para no cumplir la ley.
España, señores míos, además de una e indisoluble como dicta el artículo 2 de la Constitución Española de 1978, se erige al precepto del artículo 1 como un Estado social y democrático de Derecho que propugna como valores superiores su ordenamiento jurídico, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político; propugnando la grandiosidad de la soberanía nacional que reside en el pueblo español. En todo, no en una parte solamente.
Las leyes están para cumplirse y en todo caso para cambiarse, no para obviarlas y hacer cada uno lo que le viene en gana, eso tiene otro nombre. Las leyes son la base de la convivencia social, y no me sirve el escudarse en la cantinela de “yo no voté la constitución de 1978”. Yo tampoco he votado a algunos presidentes del Gobierno de España, ni de mi comunidad autónoma, ni al alcalde de mi ciudad, y no por ello estoy a la gresca todo el día. Por si esto ya fuese poco, la cuestión se agrava apelando a falacias y tretas de tan poca consistencia, que solo sobreviven en las mentes de los discípulos aleccionados al más puro estilo goebbelsiano.
El Derecho de autodeterminación, o libre determinación de los pueblos se ha nutrido de los aportes de doctrinas políticas y situaciones diversas a lo largo de la Historia más reciente.
En el siglo XIX la idea de autodeterminación y de estado-nación cohabitaba con el principio de las nacionalidades. En el XX era el baluarte, por ejemplo, de los escritos de los de los austromarxistas.
Pero será a partir del final de la Primera Guerra Mundial cuando alcanza su máxima significación, adquiriendo especial relevancia en el Derecho internacional, cuando es citado como uno de los 14 puntos del discurso, del entonces presidente de EEUU Wooddrow Wilson, ante la conferencia negociadora de los tratados de paz.
Así se crearon varios nuevos estados y se organizaron diversos plebiscitos étnicos para adecuar las fronteras estatales al sistema de protección de las minorías y de la modalidad de mandatos de entreguerras.
Después de la Segunda Gran Guerra, el concepto se instala definitivamente en el Derecho internacional, siendo parte del cuerpo de la Carta de las Naciones Unidas y teniendo referencia jurídica en diversos tratados internacionales de amplia ratificación por estados de peso y representación a lo ancho y largo del Globo.
En el Derecho internacional moderno, el derecho de autodeterminación constituye una norma jurídica vinculante. La Corte Internacional de Justicia se ha referido al “derecho a la autodeterminación” y a su carácter de norma consuetudinaria, la cual se fundamenta básicamente en la práctica de los estados, y adquiriendo estatus de ius cogens en el contexto de la descolonización.
Cataluña nunca ha sido independiente, ni ha sido reino, ni estado, ni mucho menos territorio colonizado, ahí está la Historia. Tampoco le encuentro analogía con ninguno de los últimos ejemplos de independencia en el mundo, como por ejemplo Sudán del Sur, Timor Oriental o Kosovo.
El Derecho de autodeterminación no tiene cabida en Cataluña, pero menos lo tiene el infringir y saltarse a la torera la Constitución y demás normas jurídicas emanadas de la parte de la misma, que ya en 1867 Walter Bagehot denominaba eficiente, es decir, del Parlamento y del Gobierno.
Señor Puigdemont y demás componentes de su banda, es un escándalo la falta de respeto que ustedes están profesando a la representación simbólica de todos (himno y bandera), a la figura de SM el Rey, a la Ley, a las instituciones democráticas elegidas entre todos y al pueblo español en su conjunto, del cual ustedes también forman parte.
Espero y confío que no salgan impunes de esta grave afrenta, la comisión de un delito debe llevar consigo punición.
Ya no me quedan palabras suaves para definir lo que experimenté y sigo sintiendo como española y demócrata ante el esperpento catalán. Por lo que, no tanto para quitar hierro al asunto, como para resumir de forma civilizada mi estado de ánimo, evoco de nuevo la frase de mi querido profesor, “¡qué bochorno, papis pinolis!”.
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