"DE DEIDADES Y DE BESTIAS" artículo publicado en Diario de Pontevedra el 8 de diciembre de 2019
Mi
teórico político y filosófico por excelencia es Aristóteles; aunque no el
único, ya que mi fascinación por Sócrates, y en especial Platón, (por citar
unos ejemplos), es conocida por muchos de ustedes a través de lo que escribo.
Evidentemente no son los únicos que admiro, leo y releo cuando lo necesito
(especialmente para escribir mis artículos, conferencias, y aquellas clases
cuando era profesora en la Universidad de Vigo), pero lo que sí está claro, es
que con los clásicos comenzaba todo.
Aristóteles
propugnó taxativamente que el individuo fuera de la sociedad o era un dios o
una bestia. Él sabía a ciencia cierta que el ser humano sólo sobrevive rodeado
de semejantes en un “conjunto” que definió como sociedad. Porque para este
GRANDE ENTRE LOS GRANDES, la conversión en deidad es un milagro; y en su
sapiencia no cabían argumentos para tal cosa. Entonces, ¿a qué se refiere el de
Estagira cuando acuñó el concepto de “bestia” para calificar a aquel que vive
fuera de la sociedad?
Les
cuento mi opinión sobre esta cuestión, más de veinte siglos después de haberla
expuesto el polímata; y tras años de estudiar su teoría, tanto en la facultad,
cómo y en distintos foros, congresos y
debates de grandes profesionales de las Ciencias Políticas y el Derecho
Político y Constitucional, en las que tenido el honor de participar a lo largo
de mis casi 30 años como politóloga.
En
primer lugar, la sociedad no es un simple grupo indeterminado de seres humanos;
es una construcción humana a la cual se accede como la mejor manera para
sobrevivir; y precisamente, es este el aspecto fundamental sobre la que se edifica
entre todos sus miembros, a través en una construcción cultural que conlleva
muchos siglos de marcha discontinua hasta dar con el punto de encuentro en
donde surge la idea de aunar voluntades, y es cuando así, pensando en el
interés común por encima del individual, se llega a un “contrato social”, al
cual, y de forma especial, Hobbes, Locke y finalmente Rousseau darán el impulso
definitivo.
Así
la sociedad y el Estado mismo nacen de esa asociación, voluntaria y racional
que nos permite encauzar las necesidades y las emociones humanas; y accediendo
a través de este acuerdo civilizatorio, el ser humano puede ser llamado simple
y llanamente ciudadano; es decir, el individuo que ejerce sus derechos y cumple
con sus obligaciones. Él es para sí mismo y para la sociedad. Es ella y sólo
ella la que le garantiza seguridad y poder ejercer sus derechos a plenitud. Son
el uno para el otro y por el otro. Existe entonces una finalidad moral, ética
que nos distingue de la naturaleza, de la bestia.
Este
pasado 6 de diciembre la Constitución Española cumplió 41 años de vida. Pocos
si se comparan con otras en países de larga trayectoria legislativa, pero
importante para un país como España en el cual, tras muchos siglos de idas y
venidas, se convierte en la Ley de Leyes que nos ha dado un mayor número de
años de estabilidad política, a lo largo de nuestra Historia como Estado.
Estamos
en un momento complicado, muy complicado; porque nos rige un Gobierno en
funciones, y teniendo en cuenta el número de escaños que tiene la fuerza
política que ha ganado las últimas Elecciones Generales, el PSOE, necesita de
la conjunción de muchas otras formaciones políticas para conformar gobierno.
Hay
algunos que pretenden desestabilizar la unidad el Estado, esa conjunción de
voluntades que tanto nos costó conseguir en aquellos años tan difíciles y
complicados; en donde las “heridas” de una guerra entre hermanos aún no habían
cicatrizado como deberían, y en dónde la recién estrenada democracia (tras 40
años de dictadura), fueron reflejados en la disparidad de criterio ideológico
que representaban los diputados y senadores de aquellas Cortes Constituyentes.
Pero
lo hicieron lo mejor que pudieron, desterrando “deidades” y “bestialidades”, y
así se llegó a un “contrato social y jurídico” que dio lugar a nuestra
Constitución, la de todos y cada uno de los que vivimos en este país llamado
España, en donde y en el articulado que la inaugura, se exponen axiomas
jurídicos tales como : “Art. 1.1.España
se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como
valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la
igualdad y el pluralismo político… Art.1.2. La
soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del
Estado…Art.2 La Constitución se fundamenta en la INDISOLUBLE UNIDAD DE LA NACIÓN ESPAÑOLA, patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad
entre todas ellas”
He
aquí la barrera infranqueable de algunas “deidades” y/o “bestialidades”
existentes en nuestro tremebundo panorama político (que no imperaban en el
proceso constituyente), las cuales pretenden “vilipendiar” en aras de su
interés particular, el consenso de la inmensa mayoría que la votó (no olvidemos
que en Cataluña los votos a favor superaron el 90%).
Las
cosas no se hacen así, “por la brava”, y los partidos constitucionalistas, que
son la inmensa mayoría que componen el cuerpo de Diputados y Senadores, deben
de tomar muy en serio esta afrenta de los menos.
“Esa Constitución no me sirve
porque no la voté”, me dicen algunos de cuando en vez; yo
les contesto que tampoco he votado a presidentes del Gobierno de España, ni de
Galicia, ni al alcalde de mi ciudad, pero no por ello voy a transgredir las
leyes que ellos aprueben en su competencia.
La Constitución existente, DEBEMOS
CUMPLIRLA. Bien es cierto que todo tiene su tiempo, su
posibilidad de cambio, de adaptación y de evolución; pero siempre dentro del
consenso y del “contrato social y jurídico” acordado por la mayoría de la
ciudadanía; a fin de cuentas de la soberanía nacional que conformamos entre
todas y todos los españoles; y no de las “deidades” (que no conozco alguna), ni
de las “bestias” (“que habelas hainas”)
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