LA HABITACIÓN DE AL LADO, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 1 de noviembre de 2015

Estos ocho días han sido duros para mí, sobre todo este último.

El fin de semana pasado despedía a la hermana de mi buen amigo Jorge, y a un compañero ejemplar, padre de un no menos ejemplar hijo, mi amigo Ricardo.

Esta semana llegaba a su fin con la triste noticia de la muerte de tres compañeros de las Fuerzas Armadas, José, Saúl y Jhonander.


Pero ayer, despedí a un referente en mi vida, una mujer a la que adoro y la seguiré queriendo hasta después de siempre, mi tía Fina.
Y todo ello con un colofón triste como este fin de semana, en el que de manera especial, honramos la memoria de los que se nos han ido.

Entre todos hemos de intentar, aunque no es tarea fácil, recordarlos y dignificar su recuerdo. Y hacerlo como se merecen y como mejor sabemos los que creemos y estamos convencidos que están en un lugar mejor.

Vaya mi respeto por delante a todos los que crean o no en ello, pero yo soy de los que están convencidos que algún día los volveré a ver, porque los siento a mi lado cuando más falta me hacen, y creedme, os lo digo de corazón.


Sin poder evitar el dolor, me quedo con la esperanza de los maravillosos destellos de ese sol que aunque oculto, existe tras los rayos de la tormenta de un inconformismo inicial al enterarnos de la pérdida física de un ser querido, y de las oscuras nubes que anuncian una lluvia de lágrimas que parece no tener fin. Me quedo con esa luz de la que ya gozan, que no es más que nuestra visualización humana de la felicidad eterna.

Y quiero hacer esta manifestación en un tiempo de polémica sobre una fiesta, Halloween; en su origen, celebración de raíces celtas con la intención de rendir tributo mediante ofrendas, a los que ya no están en este mundo. De ahi su nombre, producto de la contracción de las palabras All Hallows' Eve, o lo que viene siendo lo mismo, víspera de Todos los Santos. Aunque hoy el objetivo de la fiesta, obviamente, no es ese.




Prefiero olvidar esa sensación de oscuridad psicológica, que para el ser humano entraña el instante físico de dejar de respirar o cerrar los ojos cuando una persona se va de este mundo. Yo me quedo con la luz que desde ese mismo momento comienzan a sentir.

Quiero hacer desde aquí un humilde pero muy sentido homenaje a todos. A los que se van y los que aquí seguimos, y quedarme con las reflexiones de uno de los más grandes genios de la Humanidad, San Agustín de Hipona.

Resumo a través de sus palabras lo que quiero trasmitir.
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo. Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste. Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero. No estoy lejos, sólo al otro lado del camino. ¿Veis? Todo está bien.”



Pues estos días en especial, pensemos que esa luz a la que ya a han llegado los que ya no podemos disfrutar en este mundo material, brilla más que la que nosotros percibimos, es más bonita, llena de gozo y felicidad eterna. E intentemos hacerlo los 365 o cuando toque los 366 días del año.

La muerte no es el final, nos vamos a la habitación de al lado.








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