LLORANDO A RAVACHOL, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 14 de febrero de 2016
Queridas y queridos lectores,
recordarán que el pasado domingo hablaba de los orígenes del Carnaval y de su
fiesta. Hoy, corresponde escribir sobre el momento en que le decimos adiós.
Porque la ceremonia más conocida
para despedir a Don Carnal, y darle la bienvenida a Doña Cuaresma, (hablo de
los países de tradición cristiana que “adoptaron” esta fiesta de origen
pagano), es el entierro de la sardina.
Los entierros suelen consistir
en un desfile carnavalesco que parodia un cortejo fúnebre, y culmina con la
quema de alguna figura simbólica, generalmente representando a una sardina.
Este evento se celebra
tradicionalmente el miércoles de Ceniza.
Allí se entierra simbólicamente
al pasado, a lo socialmente establecido para que pueda renacer con mayor
fuerza, y para que surja una nueva sociedad transformada. Hay muchas variantes,
y sin ir más lejos, si echamos un ojo a nuestra querida Galicia, los símbolos
que se “entierran” son de lo más variopinto
Pero de nuevo, mi queridísima
Pontevedra vuelve a ser única. Porque en el ceremonial de despedida a Don
Carnal, no enterramos cualquier cosa. Nosotros velamos e incineramos al Loro
Ravachol. ¡Vaya pájaro!.
Ravachol era el notable
animalito que el farmacéutico Don Perfecto Feijoo, tenía en su botica de la
calle Peregrina.
El loro, fue un regalo de lo más
exótico, que le hizo a Don Perfecto un buen
amigo, Martín
Fayes; músico y director de la banda militar del regimiento de infantería de
Guillarei-Tui, en 1891.
No debió ser fácil la adaptación
del loro a su nuevo hogar. Por los documentos que he leído, le llevó cierto
tiempo. Ahora bien, una vez que mostró su temperamento, sorprendió a propios y
extraños, con su carácter alborotador e irreverente. Eso fue lo que le hizo
especial.
No hay constancia, que el loro
tuviera un nombre determinado durante sus primeros meses en Pontevedra, pero
antes de que se cumpliera un año de su llegada a la ciudad, todos los vecinos
lo conocían con el nombre de un famoso revolucionario francés. François
Ravachol. Un anarquista que además de alborotador se ganó la fama de temido
terrorista por unos atentados realizados con dinamita. Es el propio Don
Perfecto el que bautiza al loro con el nombre de Ravachol, dadas sus muestras
de rebeldía y carácter alborotador.
La reconocida fama en toda la
ciudad, de semejante ave, se debe a que identificaba algunas situaciones para
aplicar sus frases, casi siempre en gallego, que pronto se hicieron populares y
fueron utilizadas en el lenguaje diario de los pontevedreses.
Por ejemplo, para cuando entraba
un sacerdote imitaba a un cuervo. También tenía fama su forma de hacer
plegarias y cantos durante la misa en el cercano Santuario de la Peregrina,
causando malestar en los religiosos a los que llamaba “bárbaros”.
Pero además, Ravachol se
despachó bien a gusto con varios personajes de la época. Recibieron sus
insultos intelectuales y poderosos políticos. Al propio presidente del gobierno
Don Eugenio Montero Ríos y a la escritora Doña Emilia Pardo Bazán les dedicó
insultos que acarrearían buena condena en la época.
El 26 de enero de 1913 fallece
el Loro. Se dice que la causa de su muerte fue un empacho de bizcochos mojados
en vino.
Pontevedra al completo se
envuelve de una triste sensación de dolor y se organiza para despedir al
referente más emblemático de la ciudad. El cadáver es embalsamado y expuesto en
la farmacia que se abarrota por las muestras de dolor de los pontevedreses. A
Don Perfecto le llegan telegramas de toda la geografía española.
Fijan la fecha del entierro para
el día 5 de febrero, miércoles de ceniza. La sociedad de artesanos organiza los
actos fúnebres.
Se publica un bando donde
solicitan la asistencia al entierro “disfrazado cada uno a su manera y portando
un farol fúnebre”.
La más curiosa y completa
crónica sobre el paso a mejor vida del loro en cuestión, nos la ofrece
Prudencio Landín.
Este insigne abogado, político,
periodista y escritor pontevedrés, (y como curiosidad cito que sucedió a su
padre frente al referente informativo de nuestra ciudad y fuera de ella, aun
hoy en día Diario de Pontevedra), nos
dejó para deleite de todos un libro-joya que todos los que vivimos en esta
ciudad deberíamos leer “mi Viejo Carnet”.
Allí entre las páginas 517 y 521
ofrece el relato completo del Loro de Don Perfecto Feijoo.
Así, en homenaje a su
estrambótica existencia y pasamento, nosotros decimos adiós al carnaval,
exáctamente igual que nuestros convecinos de entonces, ¡llorando a Ravachol!.
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