¡FELICIDADES, MAJESTAD!, artículo pubicado en Diario de Pontevedra el 5 de noviembre de 2017
Como decía
Pilar Urbano en su libro “La Reina”, Doña Sofía es una gran mujer, una gran
señora, y una gran Reina; a lo que de mi cosecha añadiría, como ninguna.
Sofía
Margarita Victoria Federica Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, nacía un
2 de noviembre de 1938 en el Palacio Real de Tatoi, en Psykhikó, cerca de
Atenas. Llegaba al mundo como princesa
de Grecia y Dinamarca. Pero no sería hasta 1975 cuando se presentaba ante el
gran público como Reina, acompañando a su marido en la llegada al Trono de
España, cuando juraba su dignidad como Juan Carlos I ante las Cortes españolas.
Este pasado
jueves me imagino que en la más estricta intimidad, y haciendo gala de esa
discreción que os caracteriza, habréis celebrado vuestro cumpleaños; pues desde
aquí se os desean felicidades.
Mucho se ha
hablado del nivel de profesionalidad de Doña Sofía, hasta su marido lo ha
reconocido en varias ocasiones. Yo la verdad soy de las que cree que la palabra
Reina se inventó para ella.
Doña Sofía
supo desde siempre y como nadie manejarse entre las encorsetadas reglas del
protocolo, pero con tal encanto y naturalidad que lo que transmitía a los demás
era una mezcla de sobriedad y cotidianidad tal, que solo habita en el ser de
las más grandes. No en vano, es la única testa coronada en la actualidad y en
el mundo que, es tataranieta de zares, bisnieta, nieta e hija de reyes,
hermana, esposa y madre de rey, además de abuela de una futura reina.
Pero aunque
parezca lo contrario, Doña Sofía no ha tenido una vida de cuento de hadas, y no
me refiero a los hechos más cercanos acontecidos en su entorno familiar (los
quebraderos de cabeza de una hija en boca de todos y sentada en un banquillo de
acusados, además de un yerno de lo más sinvergüenza y que quizá acabe con sus
huesos en la cárcel), porque todo comenzaba cuando siendo niña vivió su primer
exilio, teniendo que dejar su Grecia natal por la invasión nazi.
Así
iniciaba su periplo por Egipto y Sudáfrica que, acabaría con su establecimiento
en Londres hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. No volvería a casa hasta
abril de 1946, un año antes de la ascensión al trono de Grecia con la
proclamación de sus padres los Reyes Pablo y Federica de los Helenos.
Pero Doña
Sofía tampoco era una princesa cualquiera, ya que su amplia formación comenzó
en internados alemanes, pasó por la puericultura, hasta llegar a la universidad
de Cambridge, y continuando sus estudios en Humanidades en la Universidad Autónoma
de Madrid, que finalizó en 1977 siendo ya Reina. Se maneja de forma fluida en
cinco idiomas, es Doctora Honoris Causa por la Facultad de Derecho de la
Universidad de Oxford. Y aquí algunas curiosidades sobre ella, su pasión por la
arqueología, por los animales y por el mar, esta última compartida por el
que sería su marido y por sus hijos, de
ahí que formase parte del equipo heleno de vela en las Olimpiadas de 1960.
Esta mujer
de carácter férreo y ternura innata, conoce al que ocho años después sería su
marido Juan Carlos de Borbón y Borbón en el crucero Agamenon en 1954, viaje que
había organizado su madre la reina Federica con el objetivo que “encontrasen
pareja” los solteros de oro del Gotha. Pero la chispa no surgiría hasta su
reencuentro en la boda de los duques de Kent en mayo de 1961. Rauda y veloz
llega la petición de mano el 13 de septiembre de ese mismo año, y la gran boda
se celebró en Atenas el 14 de mayo de 1962. Por cierto, una curiosidad de la
boda, el batallón militar de la Armada Española
enviado a la capital griega, fue capitaneado, por el entonces oficial y
hoy ya fallecido Señor de la Casa de Rubianes y Marqués de Aranda, Grande de
España, Don Gonzalo Ozores y Urcola, dueño del Pazo de Rubianes que todos
conocemos por su jardín de excelencia internacional, sus cientos de variedades
de camelias.
Tras su
enlace matrimonial, no exento de importantes altibajos, Doña Sofía comienza una
muy importante andadura junto a Don Juan Carlos, un camino que ya dura 55 años
y, en donde todos los monárquicos y la práctica totalidad de los que no lo son
llegamos a una misma conclusión, Reina como ella, solo ella.
Su familia
crecía al tiempo que la democracia en España, y ella supo anteponer en muchas
ocasiones su papel de soberana al de mujer y madre, y hacerlo para acompañar a
su marido “al paso” en la difícil tarea de unir a todos los españoles para
emprender juntos la transición y la consolidación de la democracia en España.
Ese mismo país que tan difícil se lo puso a su llegada como princesa, pero al que
se ganó con prudencia, cariño y total entrega.
En esos
casi 40 años, Doña Sofía ha ejercido mucho más que el papel de consorte del
Jefe del Estado, porque ella ha sabido a la perfección asistir a la
transformación de España en lo político, económico, social y cultural. A nadie
se le ocurría llamarla de otra manera que no fuese, la Reina.
Y es que
ahí estaba ella sola o al lado de su marido el entonces Rey. Doña Sofía no
fallaba nunca cuando realmente se la necesitaba, esa siempre estaba. Y sabía
estar, y sabía vestir, y sabía a la perfección cuál era su papel y cual su
sitio.
Su aparente distancia se diluyó a través de su trabajo en
pos del interés por iniciativas sociales que no se limitan a prestar soluciones
a situaciones individuales. Las actividades en las que participa se extienden
también a temas de investigación científica y a la promoción de iniciativas y
acuerdos de cooperación diseñados para prevenirlas o paliar sus efectos. Su
empeño en la creación de microcréditos para que mujeres de países subdesarrollados
salieran de la pobreza extrema, ha sido reconocida y alabada en no pocas
ocasiones en las Naciones Unidas.
Este año,
como en muchos venideros, cada 2 de noviembre y por vuestro cumpleaños espero
poder seguir deseándoos, ¡felicidades Majestad!
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