"GALICIA Y LAS MONJAS DEL VIEJO SAN JUAN", artículo publicado en la revista "NODALES" del Gremio de Mareantes de Pontevedra, Corpus 2019


La primera vez que colaboré con la revista del Gremio de Mareantes lo hice escribiendo sobre la aguerrida pontevedresa Isabel Barreto, la primera mujer en ostentar responsabilidades como almirante de una flota de la Armada Española. Al menos eso cuenta la historia entre la leyenda y lo real.
Cuando volví a recibirla llamada del gran presidente, José Luis Arellano, me apeteció adecuado contar la historia de la osada donostiarra Catalina Erauso y Pérez Galarraga, más conocida como la “Monja Alférez”.

Pero esta vez, las protagonistas no solamente son féminas, aunque el título así lo deje entrever.

Espero saber contarles una bonita historia que seguramente muchos de ustedes conocen, pero al ahondar en ella, puedan disfrutar tanto como yo a la hora de buscar información, ya que tuve que beber de muchas fuentes para poder empaparme de cómo empezó todo; y así tengamos la información pertinente de el por qué, cada vez que un barco de pabellón español anuncia su proa para adentrarse a la bahía de San Juan de Puerto Rico, debe pasar entre el Palo Seco y el Castillo de San Felipe del Morro, y justo antes de llegar a la Puntilla, mirando a babor, verán ondear la bandera de España desde el Convento y Casa de Salud de las Siervas de María, a lo que le contestará el buque en sintonía y agradecimiento a esas “monjas del Viejo San Juan”. Veamos.

El artificial reparto del mundo tras la conferencia de Berlín de 1884 y acuerdos similares, a través de los cuales las potencias europeas decidieron repartirse el continente africano, y el asiático (excepto China, con ella no pudieron), dieron lugar a una época convulsa que acabaría en la Primera Guerra Mundial.

Los Estados Unidos no habían participado en el reparto de estos dos continentes, porque desde inicios del siglo XIX habían focalizado sus esfuerzos expansionistas hacia el deseado y estratégico Caribe, ya que allí se encontraban valiosas colonias españolas como Cuba y Puerto Rico; aunque este no sería su único interés ya que también “tomarían por la fuerza” valiosos archipiélagos del Pacífico como las Filipinas, las Carolinas, las Marianas y las Palaos, presas fáciles debido a la fuerte crisis política que sacudía a su metrópoli, España, desde el final del reinado de Isabel II.

 


En medio de ese ambiente prebélico, la madrileña Sierva de María Madre Soledad Torres Acosta obtiene de Su Excelencia Reverendísima el Obispo de Puerto Rico, Don Antonio Puig, los permisos para instaurar a su congregación en la isla, siendo el segundo establecimiento, después de Cuba, en los territorios de ultramar.


Cual regalo de Reyes, el día 6 de enero de 1887 llega la expedición a Puerto Rico. 20 monjas desembarcaban el muelle de San Juan, de las cuales ocho serían las fundadoras de la compañía religiosa en dicha isla, y las restantes doce, destinadas a aumentar las tres fundaciones ya existentes en la isla de Cuba. Las Siervas de María, Ministras de los Enfermos se hacían cargo así del Hospital de mujeres que entonces existía y que, aun hoy rige como Casa de Salud para mujeres, pero esta sería la última corporación que fundaría la hermana Torres Acosta, pues en ese mismo año muere el 11 de octubre.

 


Para contextualizar la historia que envuelve la anécdota que les cuento, y de cuando en vez protagonizan las “monjas del viejo San Juan”, tenemos que viajar en el tiempo y situarnos en los finales de la guerra de Cuba, cuando también los buques de guerra “yanquis” bloqueaban la isla de Puerto Rico, impidiendo la llegada de refuerzos y suministros a las tropas cercadas.

 


Y en esas circunstancias, el “Antonio López”, un moderno y rápido buque mercante de vapor y vela comandado por Don Gines Carreras, (que antes de la guerra realizaba viajes entre Cádiz, Puerto Rico y Cuba como buque de pasajeros, carga y correo), se encaramaba hacia la zona con armas y pertrechos para la guarnición. Es cuando entonces recibe un telegrama con el texto: «Es que Usted haga llegar preciso el cargamento a Puerto Rico, aunque así pierda el barco». Veterano, disciplinado, profesional y con los aparejos en su sitio, el capitán Carreras, intentó burlar el bloqueo estadounidense. No lo consiguió.
 

  

El 28 de junio de 1898, el “Antonio López” fue atacado por el USS Yossemite cuando se acercaba al puerto de San Juan. A pesar de que se varó a 15 pies de profundidad en Playa Socorro (Ensenada Honda - Toa Baja), la carga pudo ser rescatada; pero el 16 de julio el USS New Orleans lo cañonea “de muerte” causando su incendio, que fue tal, que todavía el 4 de septiembre continuaba ardiendo. Con el pasar del tiempo, temporales y corrientes, su pecio fue arrastrado a aguas un poco más profundas hundiéndose a 25 pies cerca de Playa Mameyal en Dorado. 

 


Fue entonces cuando en medio de esa fatal contienda se tejió la historia protagonista de este artículo.

Aquel 16 de julio de 1898, día de la festividad de la Señora de los Mares; bajo el bombardeo incesante, un tripulante del Antonio López acude raudo y veloz a rescatar la bandera del barco, atándosela a la cintura antes de echarse al agua para intentar ganar tierra a nado y conseguir llegar a la orilla. Alcanzó su objetivo, pero en condiciones tales que no subsistiría mucho tiempo ya que eran tan graves sus heridas que murió en brazos de un puertorriqueño de los muchos que acudieron a ayudar a los náufragos. «¡Que no la agarren!», cuenta la historia que el marinero suplicaba a su salvador lugareño que le sostenía moribundo mientras dirigía su mirada a la bandera.

Nunca se supo el nombre de aquel marinero, aunque sí el del puertoricense que le rescató, de apellido Rocaforte e hijo de padres emigrantes gallegos.

Aquel hombre de bien, guardó la bandera en su casa durante años, pero sabedor del deber de cumplimiento de la última voluntad de un moribundo, a la hora de entregar la bandera para su custodia, pensó en las españolas Siervas de María como las mejores guardianas de la divisa del “Antonio López”.

 


 

Estas monjas que atendían un hospital junto a la boca del puerto, y que habían decidido permanecer allí aun después de la salida de España y la descarada apropiación de la isla por los Estados Unidos, aquejadas de “morriña”, tenían por costumbre de saludar agitando sus pañuelos desde la galería del hospital, cada vez que un barco español entraba o salía en el puerto. Eso dio a Rocaforte una idea, y lo llevó a presentarse en el hospital para contarle lo sucedido a la madre superiora, la cual honrada por tal honor, recibió jubilosa la enseña.

Desde entonces, a la entrada o salida de un barco español, ondea en la galería del hospital a modo de saludo, nuestra bandera de España.

 


Esa costumbre sigue viva hoy día, y “para muestra un botón” como cualquiera de esos 14 que portan orgullosos en su uniforme los alumnos de la Escuela Naval Militar, los cuales en viaje de instrucción en el buque escuela “Juan Sebastián de Elcano”, así fueron recibidos a su llegada a San Juan de Puerto Rico el pasado lunes 18 de febrero de este 2019.
Seis banderas de España recibían al bergantín goleta que les respondió con salvas. Pero que lo que no sabían las hermanas es que otra enseña nacional podrá ondear en su convento desde ese día, ya que ha sido un obsequio de la tripulación y alumnos del “Juan Sebastián” con su Comandante Capitán de Navío Paz a la cabeza, y entregada a la congregación por el 2º Comandante Capitán de Fragata Revuelta y del Contramaestre de Cargo, Subteniente Beceiro, todo ello durante la visita que le brindaron a las Hermanas en su Convento, ¡con banda y todo!


De las monjas que atienden hoy el hospital de las Siervas de María, pocas son compatriotas nuestras, aunque se confiesan todas ellas muy madrileñas en honor a Sor Soledad Torres Acosta.

Mi reconocimiento al anónimo marinero del “Antonio López” allí donde esté, y mi agradecimiento por su acto generoso cuando hace ciento treinta años se arrojó al mar, intentando ganar la playa bajo el fuego norteamericano con la enseña de su barco, de su país, de España. Este artículo es mi humilde homenaje a su heroico hacer.

Porque en tiempos como los que corren, lejos de ser una locura para los indocumentados que la vilependian, debería de ser un ejemplo para tomar en cuenta, porque nuestra bandera, de ser un trozo de tela, será un venerable ya que ella entraña a España entera, que somos todos, aun los que no quieran estar en ella.


Y no puedo cerrar estas palabras sin un recuerdo entrañable al gallego de segunda generación, Rocaforte, que una vez más plasma el nombre de Galicia en la Historia de la Armada Española, visible como las demás tierras que componen esta maravillosa nación llamada España, cada vez que saludan desde su convento, “las monjas del viejo San Juan”

 

 

 

 

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