¡CLARA, COMO NINGUNA!, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 6 de octubre de 2019
Los derechos de la mujer
siguen siendo la piedra de toque en muchos países del mundo en pleno siglo XXI;
es más, la mujer no en pocos de ellos sigue siendo considerada como un ser
inferior.
Por primera vez en 1776 (aunque
de forma accidental ya que, en la normativa electoral de Nueva Jersey, se usó
la palabra «personas» en vez de «hombres») las mujeres pudieron votar, pero ese
derecho sería abolido 31 años después; pero no sería hasta 1838 cuando el
sufragio femenino con las características propias de masculino se hacía
efectivo. Curiosamente fue en las
islas Pitcairn, un pequeño territorio británico de ultramar de la Comonwelth.
Siguiendo la navegación
en torno al derecho a voto de la mujer y sin abandonar esos mares del Sur,
sería en 1893 y en Nueva Zelanda dónde se aprueba el primer sufragio femenino
sin restricciones, (gracias al movimiento liderado por Kate Sheppard), aunque a
las mujeres solo podían elegir y no ser elegidas, cuestión equiparada en 1919.
En la vecina de Australia, y en el territorio del Sur en sería efectivo en 1984.
En Sudamérica, fue en
1927 y en Uruguay donde por primera vez se aprobaba el sufragio femenino.
Por lo que refiere al
“Viejo Continente”, en Europa las mujeres pudimos ejercer nuestro derecho a
voto por primera vez en 1907, en Finlandia (entonces una región del Imperio
ruso), siendo pioneras en el mundo a la hora de ocupar escaños en el parlamento.
Pocos años después se unían Noruega y Suecia; y en 1917, tras la Revolución
rusa, a pesar de la aprehensión inicial contra el derecho de las mujeres a
votar en la elección de la Asamblea Constituyente, la Liga para la Igualdad de
las Mujeres y otras sufragistas se unieron por el derecho al voto, y tras una
dura batalla el 20 de julio de ese mismo año el Gobierno Provisional concedió
el derecho de voto a las mujeres.
Otros países de nuestro
entorno tardarían mucho en incorporar este derecho natural, como Suiza o
Andorra, o Portugal en donde el derecho al voto femenino no se reconoció hasta
los años setenta. El último Liechtenstein que se sumaba en 1984.
Las últimas
incorporaciones han sido los estados el Golfo Pérsico, Qatar en 1999, Omán en
2003, Kuwait en 2005 y Arabia Saudí en 2015; eso sí, con restricciones como en
este último país en que ese derecho solo es posible en las elecciones locales y
las mujeres deben de ir acompañadas de un hombre…
Pero ahora nos toca
hablar de España, ya que en nuestro país el derecho al voto de las mujeres fue
reconocido por primera vez en la Constitución de 1931, materializándolo en las
elecciones de noviembre de 1933. Tras la Guerra la dictadura de Franco anuló
las elecciones libres y derecho a voto de hombres y mujeres, el cual sería
restaurado en 1966, en donde la edad de ambos sexos debería ser como mínimo la
de 21 años y las mujeres tendrían que estar casadas (es decir, yo a mis 50 si
hubiera vivido en esa época no podría votar les aseguro que no me quedaría
callada… ¡sin duda!). Los votos libres tanto femenino como masculino se
volvieron a ejercer en 1976 durante la Transición Española, siendo
absolutamente garantizados en la CE de 1978.
Por todo esto quise
escribir este artículo informativo y de opinión dominical, ya que martes de
esta semana inaugurábamos el mes de octubre con un cumpleaños muy especial ya
que se conmemoraba el 88 aniversario de la aprobación del derecho a voto de las
mujeres en España gracias al ímpetu, la concienciación y la apuesta decidida
por el reconocimiento a ese derecho inalienable y natural que existía aun antes
de ser concedido. ¡Muchas gracias eternas Clara Campoamor!,
Esta mujer admirable fue
pionera en muchas cosas: entró en la universidad cuando prácticamente solo
había hombres, fue la segunda abogada en Madrid, y salió elegida diputada
cuando ni siquiera existía el sufragio femenino en España, y fue desde esa
posición desde donde peleó tanto por ello, y lo hizo con una contundencia
excelsa y una firmeza, convicción y claridad sin precedentes, logrando que en
España las mujeres pidiésemos votar; y eso que tuvo que enfrentarse (además de
a muchos hombres incluso de su mismo partido político, el Republicano Radical)
a dos mujeres, Margarita Nelken, Victoria Kent; en especial a esta última, cuya
opinión versaba en que las mujeres podrían ser elegidas pero no electoras
debido a la influencia que sobre sus ellas ejercían sus maridos y sacerdotes.
Mejor de esto no sigo hablando porque me encendería, y no es el lugar más
adecuado; pero lo que sí es triste, es que unas mujeres pensasen eso de sus
congéneres y además lo generalizaran. Cuando menos me parece una postura elitista
y segregacionista, además de incomprensible en la mente de una mujer como la de
la diputada Kent.
Lo que le debemos todas
las mujeres desde aquel 1 de octubre de 1931 a Clara Campoamor no creo que
seamos conscientes de ello; la entonces diputada del Partido Republicano
Radical, que dedicó todo su esfuerzo a la lucha por los derechos de la mujer,
en especial por el derecho a elegir y ser elegida, y conseguir que todas
pudieran hacer uso de ellos, también nos abrió la puerta a ser verdaderamente
ciudadanas de primera, poniendo así la primera piedra del edificio de los
derechos de la mujeres y la igualdad entre géneros, que debe ser construido
entre toda la ciudadanía sin excepción. En este tema todos y cada uno de
nosotros y nosotras somos necesarios.
En un excelso discurso
que protagonizó en el Parlamento de España recupero la fibra de este fragmento:
“... No olvidéis que no sois hijos de
varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos…y si
por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser
incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra
mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos
de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser… Somos
producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a
vosotros. Hoy votamos con normalidad, "normalidades" resultado de los
esfuerzos de algunas...”
Muchas te estaremos
eternamente agradecidas, yo por supuesto, y añado que en la fuerza de tus
palabras has sido, ¡Clara, ¡cómo ninguna!
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