LA QUEMA DE LAS MADAMITAS Y SAN ROQUE, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 20 de agosto de 2017
Es San Roque uno de los grandes santos populares que ha suscitado devoción
en todo el mundo; y Pontevedra no iba a ser menos.
Existen levantadas muchísimas capillas en donde impera una imagen de San
Roque, gracias a los favores que a lo largo de los siglos ha concedido,
principalmente en épocas de enfermedad, como la peste y la lepra que el mismo
sufrió.
San Roque de Montpellier era originario de una familia sumamente rica,
aunque desde joven profesaba como miembro de la Orden Terciaria de los
Franciscanos. Así, y tras el fallecimiento de sus padres, vende todas sus
posesiones, reparte el dinero entre los pobres y se encamina hacia Roma como
peregrino.
En su camino estalló la peste de tifo y las gentes se morían por montones
en todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados. Cuentan
que a muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la
Santa Cruz sobre su frente. A muchos otros ayudó a bien morir, haciéndoles el
mismo la sepultura, ya que nadie se atrevía a acercarse por temor al contagio.
Con todos ellos practicaba la más exquisita caridad. Así llegó hasta Roma, y en
esa ciudad se dedicó a atender a los más peligrosos de los apestados. Ya
entonces, la gente decía al verlo: Ahí va el santo.
Se contagió de lepra y se retiró a un bosque donde era alimentado por un
perro que le llevaba pan todos los días. Por las atenciones del dueño, del ya
famoso perro que le acompaña en sus representaciones imaginarias, se cura de la
lepra y Roque decide volver definitivamente a Montpellier, pero es apresado.
Murió en prisión entre los años 1376 y 1379. Posteriormente fue canonizado por
el Papa Gregorio XIII en 1584.
Vida fascinante y admirable la de este santo, de la que yo no conocía ni un
poco (aunque sí la parte de la historia del perro), cuando ya participaba o
asistía desde niña a la procesión de San Roquiño, como le llamaba mi abuelo
Evaristo, devoto como pocos del santo. Pero a mí lo que me llamaba la atención
eran las “madamitas”, y ansiosa esperaba el final de la misma para ver como se
quemaban.
He de confesar que siempre rondó por mi cabeza averiguar el por qué de la
quema de esas más que curiosas figurillas y el por qué de hacerse en la
procesión de San Roque, y aunque alguna idea tenía, este pasado miércoles al
finalizar su ignición, tan pronto como llegué a casa me puse manos a la obra
para poder redactar con consistencia este artículo de opinión dominical.
Gracias a diversos documentos que están a disposición en la Red, además de
una serie de analogías con otras fiestas, como
la de San Lázaro en Orense, y
especialmente a los testimonios escritos por Milagros Bará y Leoncio Feijoó,
que saben mucho de la historia de Pontevedra, me encuentro en la posición de
poder contarles el origen de mi curiosidad.
Las “madamitas” que tanta expectación causan, son
unos muñecos que se mueven sobre estructuras de metal, y su ardimiento se
produce entre pólvora, de forma acompasada, bailando hasta el estruendo final
en el que se destruyen por completo. Se trata de un espectáculo único, y su
origen data de la Edad Media. Se trata de la recreación de un ritual de
purificación de los apestados.
Muchos son los testimonios de la existencia de
apestados o “gafos” (en
gallego-portugués medieval «gafos» significaba leproso), y de la conmiseración
hacia ellos en la historia del ayuntamiento de Pontevedra. De ahí la existencia
de lazaretos en varios lugares de
nuestra ciudad, y aunque ya no existen hoy día, de alguno queda algo.
Recuerdo siendo niña que había restos del erigido
en honor de la Virgen del Camino. Estaba frente al antiguo Cine Gónviz, al lado
de la hoy conocida fuente “de los niños” en la Glorieta de Compostela.
Pero he de confesar que paseando muchas veces por
la orilla del río de los Gafos, no fui consciente de los restos de algo que sí
parecía muy antiguo, y he averiguado que se trataba de la leprosería con
referencias desde el siglo XIII, y que aun hoy podemos atisbar en el río del
mismo nombre, llegando a la zona de “A Moureira de Abaixo”, al lado de su
desembocadura en las Corbaceiras.
Ahora entiendo mejor que antes la devoción de los
pontevedreses a San Roque y la ubicación de su capilla en esa zona, que además
guarda a otro santo benefactor en épocas de la peste, San Sebastián. Ambos
comparten lugar de culto y alguna otra curiosidad que tan bien detalla Leoncio
Feijoó en su libro “El Voto a San Sebastián en Pontevedra. Cinco siglos de
historia y tradición (1515- 2015)”.
“Corría el año 1515 de Nuestro Señor, cuando
Pontevedra siendo una próspera población portuaria recurrió al auxilio divino
de San Sebastián para que la librara de un brote de peste que podría haber
llegado por vía marítima hasta A Moureira.
De todas maneras, cuando se institucionaliza el Voto a San Sebastián, no
fue la epidemia más grave. La fuerte se produjo en 1598 y a San Sebastián le
acabaría saliendo un fuerte competidor en San Roque como intercesor divino
contra las enfermedades contagiosas, a (...) Este protectorado compartido se
materializaba cada 20 de enero y cada 16 de agosto, festividades de cada uno de
ellos, con una procesión rogativa que consistía en llevar la imagen de San
Sebastián, que se veneraba en San Bartolomé O Vello, hasta la capilla de San
Roque. «Es como si hubiera un diálogo entre santos», esto señala Feijoó
sobre una ceremonia que se mantuvo hasta 1960. El Voto a San Sebastián se
revitalizaría en el siglo XIX con la epidemia de cólera que sufrió la ciudad en
1854, lo que hizo que perviviese la tradición. Sin embargo, San Roque acabaría
imponiéndose y despertando mucha más devoción en la población que su competidor
institucional.
Bien San Sebastián, bien San Roque, o
el mismo San Lázaro, algo habrán tenido que hacer cuando siguen siendo
venerados de forma extraordinaria en tantos y tantos lugares.
Pontevedra “é Boa Vila”, pero no solo
por “dar de beber a quen pasa”, la solidaridad de todos los vecinos de la
ciudad tiene fuertes enclaves a través de los tiempos, y mucha falta nos van a
hacer en los que corren.
Soy de esas personas a las que les
gusta que las tradiciones sigan, y cada 16 de agosto, seguiré esperando con
ilusión ese recuerdo del ritual medieval de la quema de las “madamitas” en
honor a San Roque.
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