"EN TIEMPO DE DIFUNTOS", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 4 de noviembre de 2018


Esta semana que hoy finalizamos o comenzamos, según se vea, da inicio al mes de noviembre, el mes por excelencia en el que se honra a los que ya no están con nosotros.
 


Desde siempre he sentido curiosidad sobre todo aquello que rodea al mundo de los que nos han dejado, pero he de confesar que las tradiciones, muchas de ellas de origen ancestral, siempre me han llamado la atención, y con su significado compartiré con ustedes este domingo mi artículo de opinión.

¿Cuántas veces se han parado a pensar el por qué de denominar “difunto” a todo aquel que ha fallecido?; yo no pocas, la verdad, y me ha llamado la atención en demasía su origen y el significado que los romanos le concedieron antes de denominar a los que ya no están entre nosotros; porque el término proviene del “defunctus” latino, palabra compuesta del prefijo “de”, que indica separación, y “functus”, participio perfecto pasivo del verbo “fungi”, (deponente) que significa ocuparse en alguna cosa, desempeñar algún cargo. Según la etimología, pues, difunto significaría el que está retirado de sus funciones, el que ha acabado aquello que se esperaba de él. El que ha dejado cumplida su misión en este mundo. Pues sinceramente me parece una denominación más que acertada, positiva y elogiosa que se puede dar a una persona que ha fallecido.
 
 

Y hecha esta consideración, les sigo contando ya que me sigue llamando la atención la inmensa simbología que rodea al que ha abandonado nuestro mundo, como al hecho que produce ese “pasamiento”, ya que respetando a todas aquellas personas que practican el final del todo cuando este hecho ocurre, algo deberá de haber (yo así lo creo) ya que, desde el inicio de los tiempos se ha dado por hecho la existencia del más allá.

No voy a hacer un “panegírico” de lo que ha ocurrido en las más destacadas civilizaciones, aunque indagar sobre lo más cercano que ocurre en tiempo de difuntos.

Los cementerios se llenan de personas que, aunque solamente sea una vez al año, recuerdan especialmente a los que ya no están a nuestro lado en plano corporal, y las ofrendas a su memoria constituyen un elenco de costumbre, patrimonio cultural que se trasmite de generación en generación.

Pero ¿se han preguntado ustedes el por qué de llevar flores al cementerio?, el porqué del color violeta en un óbito, los distintos colores del luto, o sin ir más lejos en nuestra tradición española, el porqué de los buñuelos y “huesos de santos” o el porqué de la escenificación del Tenorio. Yo que soy muy curiosa, me he aplicado, he buceado en mucho documento, y esto es lo que hoy les cuento.
 
 

Recuerdo con mis abuelas de ir a comprar las flores a aquel mercado que había en la plaza de la Herrería para llevarlas al cementerio; pero ¿cuál es el origen de esta costumbre? La verdad mucho más antigua de lo que yo creía, ya que se han encontrado restos de polen en las tumbas de la Edad de Piedra, en las cuevas de los neandertales donde vivieron hace más de 60.000 años; aunque la primera tumba a la que se supone fueron llevadas está ubicada en Israel y data de hace más de 13.000 años. No obstante, en esta época su objetivo no era el de demostrarle afecto al difunto u ornamentar su tumba, sino más bien disimular el olor por la descomposición de este. Así los cuerpos de los difuntos se cubrían con flores para que el acto de velarlos fuese un poco más agradable. Sin embargo, hay quienes aseguran que la intención de los familiares y amigos era la de llevar vida a la tumba.
 
 

El porqué del color violeta ligado a los difuntos tiene su significación asociada con el mito de Perséfone, ya que cuenta la leyenda que ella recogía violetas cuando el guardián de los difuntos, el dios Hades, la raptó.

Seguimos con el color del luto distinto según la cultura. Por ejemplo, en algunas de las más grandes civilizaciones del pasado, como el Antiguo Egipto o el Imperio Romano, el color que representaba la muerte y el luto era el rojo porque se utilizaba como símbolo de la sangre derramada; en la antigua Bretaña, se utilizaba el azul. En el mundo, actualmente y desde hace siglos, los colores más difundidos son el negro para los occidentales y el blanco en muchos países orientales como China Japón o India; el amarillo y el violeta algunas regiones tailandesas, y en cercano Oriente, como en Siria y alrededores emplean un tono azul pálido.

Ahora bien, para centrarnos en tradiciones muy españolas haré referencia a la elaboración y degustación de buñuelos y “huesos de santos o difuntos”, la tradición más dulce y que tiene su origen en la cultura morisca, (“cristianizada” posteriormente), la cual cuenta que cuando te comes un buñuelo sacas un alma del purgatorio. Y sin ir más lejos, los “huesos de santo” simbolizan cariñosamente a los muertos, y el acto de comer estos riquísimos dulces se considera que los quieres y no les temes. ¿A que nunca habían reparado en ello?, la verdad es que yo no; aunque conocía tradiciones como la boliviana de ir a comer ante las tumbas el día 1 de noviembre, devolviendo así la visita a las almas de sus seres queridos cuando la noche del 31 de octubre, según su creencia, vuelven al que fue su hogar entre los vivos.
 
 

Y que quieren que les diga del Tenorio, pues que recuerdo con nostalgia aquellas representaciones en  Estudio 1 de TVE, cuando era una televisión de todos; y aún tengo grabada en la retina la maravillosa interpretación de Concha Velasco como Doña Inés y a Paco Rabal, como Don Juan Tenorio; porque efectivamente existe la tradición de su representación la noche del 31 de octubre desde el año 1868, y se debe precisamente al culto a las ánimas que, emergiendo de la conversión, van directamente al cielo, arrastrando Doña Inés con su amor al más pendenciero y descreído de los hombres; en esa grandiosa metáfora que el poeta Zorrilla fue capaz de crear en esta obra maestra del Romanticismo español.
 
 

Las tradiciones permanecen, así como el cariño de los vivos hacia los que están, como decía San Agustín de Hipona en la “habitación de al lado”; y así, año tras año mientras aun permanezcamos en el mundo de los vivos, con estas además de otras, es nuestro deber seguir honrando su memoria a diario, pero especialmente, en tiempo de difuntos.

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