¡RECUÉRDAME!, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 3 de Noviembre de 2019


Finalizábamos esta semana con el inicio del mes de noviembre, en el cual y de manera especial honramos la memoria de los que se nos han ido, tal y como decía San Agustín de Hipona, “a la habitación de al lado”
 
 
En nuestra cultura la muerte está presente en nuestra cotidianeidad como en nosotros mismos; pero en estos dos últimos siglos en España las cosas cambiaron, ya que ha dejado de ser un hecho familiar para convertirse, prácticamente en un paréntesis en el que saltar; y ¡claro está!, cuando esto ocurre, la manera de afrontar ese difícil momento es absolutamente distinta a la que experimentaban nuestros mayores, sin ir más lejos los que me mayor edad recordamos en casa, los abuelos y bisabuelos.
 

Está claro que se ha producido un cambio en la religiosidad y en la mentalidad de las personas, llegando a veces a considerar hablar de la muerte como un tema tabú, y eso tampoco es bueno, quizá porque todo lo que rodea al momento de la marcha de un ser querido en nuestra más cercana tradición, así como las celebraciones de los días 1 y 2 de noviembre se tiñen de negro, se mojan con lágrimas y se tildan de un halo gótico que se hasta en los colores de las flores, pero en otras culturas no es así; como en México, donde la celebración del “Día de Muertos” siempre me ha llamado poderosamente la atención, y verán ustedes por qué les hablo de ello.
 
 

Llevo unos cuantos años leyendo y documentándome sobre esta festividad, pero este año tras haber visto la película de Disney, “COCO”, (en dónde se explica su esencia perfectamente y de una manera intergeneracional tal que llega desde el más pequeño de casa hasta la persona de mayor edad) mi información sobre el “Día de Muertos” se completó de forma casual. Fue este pasado miércoles paseando por la calle San Román, donde me paré embelesada ante un escaparate (antaño “Novedades Ernesto” y luego “Berluz”) la tienda Nahualt; su propietaria Marlý Carballal una mexicana de ascendencia gallega que fue la causante de mi asombro y las fotos que le hice al “Altar de Muertos” que había creado en su escaparate, y al que invito a todos a verlo.
 

ALTAR DE MUERTOS EN UN ESCAPARATE DE PONTEVEDRA

Efectivamente parte de las celebraciones del “Día de Muertos” incluyen tradiciones como la nuestra, la de visitar a sus seres queridos en los cementerios, pero preparando altares con velas, flores, alimentos, incienso y fotografías, para dar respuesta al “recuérdame” que permanece en el alma de cada uno de ellos para toda la eternidad, y especialmente en estos dos días el 1 y el 2 de noviembre cuando creen que las almas de sus difuntos vuelven del más allá para estar más cerca de los que han dejado “al otro lado de la pared”, en este mundo.

Frente al halo de tristeza y al tinte gótico que impera en nuestra tradición, se presenta en México el color naranja de la “flor de muertos” zempaxochitl, a chocolate, a figuritas de azúcar, como “la novia de azúcar”, y “el pan de muerto”
 
 
 

El humo del copal purifica el aire, al tiempo que los mercados de las ciudades preparan esa gran celebración,  aunque la diferencia con nosotros estriba en la alegría del “Día de Muertos”; porque así es, alegre, aun dentro de la melancolía al recordar a las personas que ya no están con nosotros.

En este rito, las calaveras son un elemento fundamental, y por ello las tiendas se llenan de unos esqueletos pintados que se llaman “catrinas”, y los dulces tienen forma de calavera, aunque también se llaman “calaveras” a unos poemas divertidos que se dedican unas personas a otras, y que los lectores pueden publicar en los periódicos.

 
 Y precisamente las calaveras están presentes en cada “Altar de Muertos”, que tiene 7 niveles, en donde no pueden faltar el agua, las velas, el papel, las flores, el petate, las figuras, el pan, y el tequila. Como tampoco las fotos de sus seres queridos a los que honran.

Los 7 niveles significan lo siguiente: el 1 es la imagen a la que uno es devoto; el 2, se dedica a las ánimas del Purgatorio y sirve para que el difunto tenga permiso para salir de ese lugar; el 3 en donde se coloca sal para que el cuerpo de los niños no se corrompa durante el “viaje”; el 4, donde se coloca “el pan de muertos” ( entre otras viandas), como alimento a las ánimas; el 5, las comidas favoritas de los difuntos; el 6, las fotografías de los que ya no están y a quienes se dedica el altar; y el 7, unas cruces, para que los difuntos puedan expiar sus culpas.
 
 

Pero esta tradición prehispánica y mesoamericana presenta la posibilidad de unas construcciones más pequeñas, dependiendo del espacio en la mayoría de los casos; y así los altares de muertos también pueden ser de dos niveles (representando las bondades del cielo y los frutos de la tierra) o de 3 (simbolizando la tierra, el cielo y el inframundo, o en otras ocasiones y tras la influencia de las tradiciones europeas, la tierra el purgatorio y el reino de los cielos), aunque el más común es el de los 7 niveles como el que conformó Marlý; todo sentimiento y con la intención, además de honrar la memoria de sus abuelos, de un primo y de su perro, para que todos pudiésemos empaparnos de un trozo de la cultura de ese país hermano al que tanto le debemos.
 
 

Pues he aquí y en nuestra misma ciudad, un ejemplo del enriquecimiento que nos brinda la diversidad cultural en los ritos de honra a la memoria de los que nos han antecedido en la vida; y aun con materializaciones distintas, la convergencia llega a un sentimiento común que tiene una bonita palabra de síntesis, “RECUÉRDAME”.
 

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