CUESTIÓN DE ESTADO, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 10 de julio de 2016


Fin del trayecto. Las urnas han hablado, y a través de esos votos emitidos por todos y cada uno de nosotros con derecho a sufragio, universal, libre y secreto, el partido mayoritario ha sido de nuevo el Partido Popular.




Bien es cierto que los españoles no nos hemos decantado por mayorías absolutas, y esta situación es la que tienen que respetar todos los líderes políticos con representación parlamentaria, pero de la misma manera, hay que respetar la opción mayoritaria, exactamente igual que ocurre en otros países de nuestro entorno más cercano, porque unas terceras elecciones no tendrían cabida en un país que fue ejemplo a seguir durante la Transición, cuando distintos líderes que tenían mucho más que les alejaba que lo que les unía, supieron anteponer en el bienestar de todos, en vez de parapetarse en los egos personales de cada uno de ellos.

Ello supuso un nuevo enfoque de la reciente historia de España. El tiempo transcurrido entre la designación de D. Adolfo Suárez González como Presidente del Gobierno, en julio de 1976, y la aprobación de la vigente Constitución Española por referéndum el 6 de diciembre de 1978, que constituye en mi humilde opinión, uno de los periodos más fructíferos de nuestra milenaria Historia. La paz en libertad, el horizonte imposible, se abrió como una esperanza tangible a todos los españoles. Se trataba de un intento de superar la tragedia de una guerra civil que deja una España dividida entre vencedores y vencidos.




Este hito encomiable, lo he reflejado en más de una de mis colaboraciones en los distintos medios de comunicación en donde siempre dejé constancia que la Constitución de 1978, continuadora del espíritu de la Constitución gaditana de 1812 en cuanto a la primacía y respeto de los principios de la Soberanía Nacional, garantía de las libertades y derechos individuales vino a conseguir un grado de concordia y tolerancia inimaginables en las anteriores décadas de la Historia de España. Y eso fue gracias al esfuerzo y a la renuncia de posiciones irreconciliables por hombres de estado que pensaron en todos antes que en ellos.

Han pasado ya cuatro décadas desde que comenzó la ejemplar Transición que ya forma parte de nuestra Historia, pero en los últimos años se ha convertido también en objeto de controversia política para examinar y enjuiciar los defectos de nuestra democracia. Hay lecturas para todos los gustos, la perfección evidentemente no existe, pero en lo que se debería de estar de acuerdo de forma unánime, es en la necesidad de apelar a ese sentido de Estado ante la situación política actual y las dificultades para formar gobierno. 

Tomen nota señores Sánchez, Iglesias y Rivera, dejen de lado su insensatez, ya que si entonces se superaron numerosos conflictos y obstáculos como montañas, poniendo el acento en la trascendencia de atender el bien común por encima de los partidos, ¿por qué no hacerlo ahora?.

Las consecuencias de los comicios del 26 de junio han dejado claro que las fuerzas emergentes como Ciudadanos y Unidos Podemos, han perdido fuerza, y si a esto unimos que el PSOE ha obtenido el peor resultado de la historia democrática reciente, ¿por qué no tomar conciencia de lo ocurrido y negociar de una vez o dejar gobernar a la fuerza política más votada?.



Hagamos memoria y retrotraigámonos a 1977 con estos dos ejemplos complicados de entender por los votantes de las opciones políticas de entonces que voy a mencionar; ¿quién apostaba porque el Partido Comunista aprobase una monarquía?, ¿en qué cabeza cabía que la derecha capitalista iba a admitir una economía social de mercado?. Pues así fue.

La “Cuestión de Estado” impera, y debe de ser lo más importante en estos momentos.

Así, las fuerzas políticas con representación en el Parlamento, por acción o por omisión, deberán hacer (o dejar de hacer) cosas que no serán entendidas, en un principio, por los ciudadanos sobre los han apoyado, pero que en este momento se trata de asuntos que pueden resolverse de una manera entendible pensando en el bienestar de todos los ciudadanos y en la estabilidad del país.

Desde aquí, apelo a abandonar la incompetencia política, los protagonismos personales fuera de tono, a desterrar las llamadas líneas rojas que nos llevan a un viaje a ninguna parte, y a poner en funcionamiento una mentalidad a lo grande recurriendo a la “Cuestión de Estado” poniendo en práctica una “discreta negociación política resolutiva” como la que hicieron unos sensatos estadistas que practicaron el sentido común en nuestra Transición.

Señores, no piensen en ustedes, piensen en España, eso les hará mejores y nos hará mejores a todos en un país mejor.

Piensen en grande y pongan en práctica eso que se conoce como Cuestión de Estado.
Así lo espero.


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