HACE CUARENTA AÑOS, artículo Publicado en DIARIO DE PONTEVEDRA el 18 de junio de 2017
Este pasado jueves 15 de junio se cumplían 40 años de efectiva democracia en España, rememorando los primeros comicios libres tras la dictadura, para elegir a los representantes del pueblo español en las Cortes Generales.
¡Muchas felicidades preciosa democracia española que ya has superado las cuatro décadas!, sigue así disfrutando de la madurez y la experiencia que te confiere esa edad, por mucho que algunos no reconozcan el mérito que tienes, que a fin de cuentas es un mérito de todos.
Hace cuarenta años viví esas elecciones con mucha ilusión, y eso que tenía siete años, y lo hice así, porque aun sin ser consciente de la trascendencia de las mismas entonces, de alguna manera participé en ellas. Y les aseguro que gané.
En las semanas que antecedieron a la gran fiesta de la democracia, a mi alrededor se vivía la efervescencia de una campaña electoral venidera, no exenta (y esto visto a día de hoy con información y ojos e adulta) de situaciones complicadas, así como la organización de la maquinaria preelectoral en donde las cajas de las papeletas del Congreso y del Senado me cruzaban en mis zonas usuales de infantiles juegos.
Recuerdo un grupo voluntarios que trabajaban duro y perfectamente coordinados, estableciendo una cadena que comenzaba desde el doblaje de la papeleta, la apertura del sobre, pasando por su embuche hasta ser buzoneados por toda la ciudad.
Dentro de esta mecánica y en lo concerniente al Senado, se necesitaba de una acción previa; la de marcar los candidatos correspondientes de la opción política elegida. Ahí es donde radica mi anécdota, ya que nos animaron a colaborar a los más pequeños. No sé cómo “negociaron” mis amigos, pero en mi caso, fue previo pillo acuerdo de un pago por papeleta marcada. Así me gané un dinerillo (para mí una fortuna) que pasó a engrosar mi cartilla infantil de la entonces Caja Postal de Ahorros (aun guardo esa cartilla) que se había iniciado tras la celebración de mi Primera Comunión, sólo dos días antes del comienzo de la campaña.
Les puedo asegurar que desde entonces no he vuelto a poner otra cruz al lado de nombre alguno, porque las que tenía asignadas en esta vida las gasté en aquellos candidatos cuyos nombres han quedado marcados a fuego en mi cerebro.
Es esa una buena manera de memorizar, repetida unos cuantos años después como castigo por estar hablando en la clase de mi gran profesora Doña Rocío Gulías, que me hizo copiar el mapa de África Occidental 100 veces. Les cuento que a día de hoy recuerdo a la perfección los países y sus capitales. Cosas que te quedan ahí dentro. Y aunque esto es otro tema, lo recuerdo muy a menudo en mí día a día; y lo cuento aquí, porque también estas cosas eran propias de aquellos años.
Volviendo al tema que nos trae a este artículo de opinión del domingo, aquel 15 de junio de 1977 más de dieciocho millones de españoles acudieron a las urnas, de forma libre y secreta, y con un sentimiento de felicidad y satisfacción como pocos. No en vano eran las primeras elecciones libres por primera vez en 41 años.
Yo que acompañé a mis padres a votar, recuerdo mucho bullicio y movimiento en el colegio electoral, y lo hacía canturreando de forma gamberra (porque ese día no se podía hacer), aquel slogan “hay que buscar la verdadera libertad”, del tema con el que la voz de Jaime Morey nos había machacado los 21 días que entonces duró la campaña electoral.
En aquellas elecciones triunfaron dos partidos moderados: la UCD de Adolfo Suárez, que obtuvo una mayoría holgada que le permitiría gobernar, y el PSOE, que tras la asignación de escaños se convertía en la fuerza hegemónica de la izquierda, fortaleciendo así aquella naciente democracia. El resultado fue consecuencia de un sistema de partidos homologable a cualquier país europeo y, sobre todo, esa ilación favorecía la ardua tarea del inicio del proceso constituyente que fue capaz de dotar al país de una Constitución basada en el consenso. Buen ejemplo tienen en él algunos del que tirar, esperemos que así sea.
Bien es cierto que no fue fácil el camino para llegar a ese día. El entonces presidente Adolfo Suárez, que encabezaba un ejecutivo falto de enjundia, tuvo que pilotar en primera persona, no sin habilidad y firmeza, un proyecto de transición democrática que tuvo que sortear importantes dificultades, especialmente la legalización del Partido Comunista en la Semana Santa de ese mismo año 1977.
El germen para comenzar a edificar la democracia ya estaba cimentado en los principios de la Ley de Reforma Política, aprobada en referéndum otro día 15, pero siete meses antes, en diciembre de 1976. Suárez supo negociar con mucha mano “izquierda” con las fuerzas políticas los principios básicos de aquel Decreto-ley de 23 de marzo de 1977, que reguló las tres primeras elecciones generales -1977, 1979, 1982- y que en lo sustancial tuvo continuidad en la sucesiva legislación electoral española.
Cuarenta años después las cosas no pintan tan bien como entonces, ya que asistimos con frecuencia a episodios que distan mucho de aquel clima de hábitos saludables en la cosa política. Quizá se deba a que algunos siguen confundiendo la libertad con el libertinaje del universo paralelo en el que habitan.
Yo confío en el sentido común, la ilusión, la esperanza y el trabajo duro como el de tantos que vieron materializar sus esperanzas de una España libre y democrática; la que se construyó entre todos, la misma que comenzó a caminar un 15 de junio, hace cuarenta años.




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