"NOBLEZA BATURRA", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 28 de abril de 2019


¡Decía San Agustín de Hipona que la muerte no es nada, porque lo que hacemos es pasar a la habitación de al lado. El que se ha cambiado de estancia sigue siendo él, así como nosotros seguimos siendo nosotros y lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo. A los que están al otro lado del camino hay que seguir dándole el nombre de siempre, debemos de hablar de ellos como siempre lo hemos hecho, y en el mismo tono, no en uno diferente, y lejos de utilizar un aire solemne y triste.


… Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí. Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra. La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?  Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino. ¿Veis? Todo está bien.  No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si pudierais oír el cántico de los Ángeles y   verme en medio de ellos! …  ¡Si pudierais ver con vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso! ¡Si por un instante pudierais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las bellezas palidecen!  Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a mí me encadenaban\ y, cuando un día que Dios ha fijado y   conoce, vuestra alma venga a este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas. Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás”.

La primera vez que leí este fragmento me dio mucho que pensar, a la vez que sentí mucha paz; y cuando se produce el cambio de morada de personas que admiro y quiero, lo vuelvo a releer, y en este caso en concreto, ¡caramba si estas palabras me recuerdan especialmente al gran padre de unos maravillosos amigos, al esposo de una mujer absolutamente extraordinaria, al abuelo excepcional, al inolvidable deportista, pero aun si cabe, a un hombre ejemplar, generoso y bueno, como es.

Mucho se ha hablado y escrito sobre él estos días desde que Dios le llamó hace hoy una semana, el Domingo de Resurrección, una señal que indica que es de los justos que tienen autopista abierta al Cielo desde donde entonces ya cuida especialmente de los que más quiere, de los que quedan y del que está en camino; porque como bien me decía una persona que lo quiere a rabiar, “él ya está en el Cielo, porque si no está él no vamos ninguno”.

La primera vez que oí su nombre fue de labios de mi madre siendo yo una niña, gran forofa del Pontevedra Club de Fútbol desde recién llegada a esta ciudad cuando no fallaba un domingo en Pasarón, ni conmigo en su barriguita; es más, ella fue testigo en la grada Norte acompañada de mi abuelo y mi bisabuelo (que por cierto se vino abajo una parte con el entusiasmo ), cuando el ya eterno futbolista marcaba un gol ante el Real Madrid de Zoco, Amancio y Gento, cantando sin cesar el “Hai que Roelo”; aunque también me habló del famoso “gol del ajo” cuando nuestro equipo capitalino ascendía a Primera División.

Con el tiempo tuve el privilegio de conocerlo, de tratarlo mucho, de charlar con él y de encontrármelo casi a diario por la calle, y muy a menudo en misa. Siempre con una sonrisa, un gesto amable y una luz especial que emitía como ser humano.

El pasado martes su funeral fue precioso, aunque este adjetivo no sea el más adecuado para una misa de estas características, pero he de confesar que sí lo fue debido a los testimonios de todas las personas que intervinieron, y que decían en voz alta lo que todos los asistentes pensábamos en silencio.

El gran futbolista “Ceresuela” que escribió con mayúsculas su nombre en la historia del fútbol español, y que corean de generación en generación la alineación del “Hai que Roelo” se cambió de estancia. Pero que no os quepa la menor duda, Marina, Rafa, Alex, Desirée, Maite, Pili y Helvia, que el mejor esposo, padre y abuelo, sigue en la misma casa del alma, pero en la habitación de al lado.

Aragonés por nacimiento y pontevedrés de adopción, destilaba por cada uno de los poros de su piel una humildad y sencillez, que, sin él quererlo, se transformaban en una magnificencia tal, de esas que solo les está reservada a los GRANDES.

El martes te dijimos “¡Hasta después de siempre!”. Tu familia quiso que estuviese presente La Virgen del Pilar a la que tu devoción como maño te acompañó a lo largo de tu permanencia entre nosotros, tal y como dejó dicho tu hijo Rafa; pero además fue muy bonito el homenaje que te hicieron Marina y Desi, portando en sus solapas un broche con un pequeño cachirulo adornado con la “Pilarica”, que sin duda ya te tiene bajo su manto en la eternidad; porque querido Rafael, entre las muchas de las virtudes que tienes, en tu caso se supera con creces la dignidad innata de la NOBLEZA BATURRA.

in memoriam de Rafael Ceresuela Frías

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