¡HASTA PRONTO!, artículo publicado en Diario de Pontevedra el 1 de octubre de 2017


Este pasado lunes recibí una de las peores noticias que alguien me podría haber dado, “el Convento de Santa Clara en Pontevedra se cierra”.
 

Las primeras referencias que se tienen sobre los inicios de construcción del complejo religioso que hoy conocemos en la calle del mismo nombre, datan de 1271.

Entonces la hoy calle de Santa Clara era parte del antiguo Camino de Castilla, y esta edificación que en sus principios estaba bajo la protección de la Orden del Temple para dar cobijo a peregrinos (aun hoy se atisba la quizá planta octogonal que daba la posibilidad de ejercer el derecho que estos monjes guerreros ostentaban de oír misa a caballo), flanqueaba una de las cinco puertas a la ciudad.

Pero no sería hasta 1358 cuando abriría sus puerta como convento perteneciente a la Orden de las Clarisas, y en palabras de mi buena amiga y erudita de la crónica de Pontevedra Milagros Bará, en un artículo publicado en este mismo Diario de Pontevedra en 2015 escribía, “Los orígenes del convento se remontan a finales del S XIII y principios de SXIV, fundado gracias a las donaciones de familias de la ciudad y las dotes de las candidatas a clausura, y  "Esta casa se transformó  en un convento de monjas clarisas" hizo que su forma y estructura inicial sufrieran una transformación. Se basa en la orientación norte de la puerta, un bajorrelieve con un motivo de caballos y en la tradición oral que las mismas monjas transmitieron”.

Seguramente serán innumerables las historias que podrían contar esos muros y que nunca conoceremos, pero las que realmente se saben, son impresionantes.
 
 
Pocos conocen que en su interior, ocultos tras una tapa en una escultura de madera, se guardan todos los órganos de  un mártir del siglo III d.C., San Vicente; y que bajo la imagen de la Virgen de El Carmen reposan los restos de una monja que fue fraile, o que sus moradoras custodiaban dos banderas ofrendadas por los Héroes de Pontesampaio. Ahí es nada.
 
 
Pero también existe un cuadro con una imagen venerada a lo largo de los años como milagrosa, la de Nuestra Madre de los Desamparados, esa misma advocación que el fervor hizo patrona de Valencia, con una historia preciosa, y que desde este pasado lunes permanecerá inaccesible para a todos aquellos que acudíamos a visitarla.

Estos días y con motivo del cierre del convento se sucedieron distintos titulares en varios medios de comunicación.
Unos versaban sobre la falta de vocaciones como motivo de su suspensión, quizá sea así, aunque a mí me consta que pretendían ejercer su voto de clausura más de una novicia en estos últimos tiempos. Y pueden creerme que estoy en lo cierto.

Otro de este mismo Diario de Pontevedra que anunciaba el cerrojazo, el más acertado a mi modo de ver, y que hacía referencia a la extraña manera de desalojo del convento, hecho con nocturnidad, a toda prisa y sin comunicación previa, ni tan siquiera al señor Vicario Episcopal Territorial Don Calixto Cobo, que preguntado sobre el tema, contestó que el convento seguía abierto, las religiosas viviendo en él y a la espera de nuevas incorporaciones, y que si tuviesen previsto irse le habrían avisado, al menos para despedirse.
 
 
“Con la Iglesia hemos dado”, decía son Quijote a Sancho. Pues así es.

La cuestión es que ya no existe como tal el convento referente ya no solo en nuestra ciudad, además de lo que significaba para las muchas personas que acudíamos a visitarlo muy a menudo, en especial a la abadesa Sor Sagrario que es un ángel. Todos sentimos mucha pena, ya no solo por el final de este episodio en la historia de nuestra ciudad, que también, si no por no poder ni tan siquiera despedirnos de ellas.

Quizá no sea un hasta siempre, ya que no es la primera vez que estas religiosas tienen que abandonar el convento.

Según registros históricos y recordando alguna conversación con ellas, les puedo contar que a principios del siglo XVIII, concretamente en 1719, las clarisas pontevedresas tuvieron que abandonar el convento y refugiarse en Santiago de Compostela.

También lo harían durante la Guerra de la Independencia, aunque no está muy claro su destino, si fue a otros centros conventuales o en casas de familias y allegados.

Y consta en los escritos que a finales del siglo XIX, concretamente en 1868, las “viajeras” clarisas pontevedresas se tuvieron que trasladar a Tui en donde permanecieron 7 años.

Quizá sepamos algún día que es lo que fundamentó este último desalojo, o no.
 
 
Yo soy conocedora de las instalaciones que posee, y como ex Delegada Provincial de la Consellería de Cultura  y antigua Presidenta de la Comisión Provincial de Patrimonio de la Xunta de Galicia, espero se puedan poner al servicio de los que más lo necesitan; porque ya una vez el convento estuvo ocupado por los niños de lo que antes se conocía como  Hospicio, y fue precisamente la época en que las monjas se fueron a Tui, ¿por qué no dedicarlo a fines de protección social?, ¿quizá a un centro de acogimiento de mujeres y niños en riesgo de exclusión social o victimas de violencia de género? , quizá.

Mientras tanto, no quiero decirle adiós, prefiero decir ¡hasta pronto!

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