" DEBO SER UN BICHO RARO", artículo publicado en Diario de Pontevedra ell 30 de diciembre de 2018
No soy muy forofa de estas fiestas de Navidad; no tengo que estar feliz “por
real decreto” y por ello no tengo por qué sentir obligatoriamente ese
“espíritu” que nos hemos inventado. De verdad que me parece una intromisión a
mis emociones, y no digamos las presiones circundantes de participar en todos y
cada uno de los rituales “obligatorios” que existen; aunque a veces tenga que
ceder por causas fundamentadas que no vienen al caso, lo hago e intento
mimetizarme con el entorno (aunque eso de ponerme las orejas de reno o
enfundarme en esos jerséis espantosos, ¡ni de broma!), pero les puedo asegurar
que se puede vivir esta época siendo consecuente con uno mismo sin tener que
fingir que te subes al tren de la mayoría.
Quizá porque con el
paso del tiempo me voy haciendo más inconformista, ¿consecuencias de la edad y
la experiencia?, es posible; pero independientemente de cómo se vivan estas
fiestas navideñas, permítanme que destaque algunas actitudes con las que no
“comulgo”, y valoren ustedes.
En primer lugar, las
sonrisas “profidén” de las personas que ni te miran a diario por la calle y te
desean con ahínco “Feliz Navidad” en estas fechas, son para ser contestadas de
una manera que mi educación impide.
En segundo lugar, eso
que se dice que, “es la época para
reconciliaciones, uniones y dar sin recibir…”; pues va a ser que no, ya que
la reconciliación es cuestión de los afectados y deberá ser sincera y no
forzada; porque los encuentros se harán cuando corresponda, se pueda, o apetezca,
sin imposiciones ni compromisos; y el dar sin recibir debe ser una máxima del
proceder diario, y de la práctica generosa sin obligación.
Contaba un amigo el
otro día, “me encantan las luces en la
ciudad, los villancicos, los belenes, y el turrón, mazapán, polvorón…”, le
respeto, como no podía ser de otra manera aunque no comparta su sentimiento; ya
que los villancicos se pueden convertir en algo así como una “tortura china”(excepto
para María Carey que lleva recaudado con el suyo 60 millones de dólares); y el
acopio desmesurado de viandas, a veces sin control, hace que se perpetúen en
las alacenas de las casas hasta casi el Carnaval; y siguen siendo esos postres
que tu madre sigue ofreciendo con un tenue “¿alguien quiere cositas de
Navidad?”, y como si un coro de orcos se tratase se le contesta un ¡NO! al
unísono que parece venir desde las mismas entrañas de la tierra.
Bien es cierto que las ciudades están más apetecibles, pero el neón y la música incitan al consumismo de forma escandalosa, y aunque soy consciente de la positiva repercusión de estas compras en el comercio, en especial para el pequeño; soy de las que piensa que a ellos deberíamos de acudir todo el año. Nos lo agradecerían muy mucho, sobre todo en nuestra ciudad, Pontevedra, ya que cada vez que salgo a pasear me encuentro otro negocio cerrado.
Y al respecto de este
tema, aunque la tradición sea la de hacer regalos, una cosa es una cosa, y otra
lo del consumismo sin “ton ni son”, especialmente cuando ves a mucha gente poco
antes de cerrar los establecimientos comerciales en los días señalados como si
el mismo diablo les persiguiera de la prisa que llevan, y encima protestando de
por qué no se amplía el horario comercial, “que no les da tiempo”. Queridos
rezagados, las personas que trabajan esos días y con horarios eternos, tienen
tanto derecho al descanso y al disfrute como ustedes.
Y ahora llegamos a las
masivas recogidas de alimentos, ropa y juguetes que se hacen en la antesala de
estas celebraciones o aun dentro de ellas. Soy de las que practican a la vez
que pienso que deberían de espaciarse a lo largo del año, ya que las personas
que, desgraciadamente tienen estas necesidades, las tienen los 365 o 366 días.
Y bien lo sé, por la labor encomiable y sin interrupción a través de los 12
meses que llevan a cabo instituciones de nuestra ciudad como Cruz Roja, Cáritas
o el Club de Leones entre otras.
Muchas personas proclaman
obligatoriamente que “es la época para
estar en familia”. Pues quizá, aunque con la familia hay que estar siempre,
y en especial con los abuelos (quién los tuviera) y los padres, y visitarlos en
la medida de las posibilidades de cada uno, pero no solo cuando nos conviene o
para cubrir el expediente. Lo que tenemos es que salir de nuestra zona de
confort, y no encerrarnos en la comodidad y el egoísmo del que muchos hacemos
gala a veces. Además, soy de los que afirman con contundencia que las comidas y
cenas familiares en estas fiestas, dan muchos disgustos.
Para disfrutar de esta
época del año comienza por concederte a ti mismo el derecho de sentir tal cual
sientes, a ser honesto contigo mismo, y poder defender tu percepción y opinión.
No se trata de convencer a nadie, pero tampoco de que otros te impongan a ti
sus ideas acerca de la Navidad, ¿por qué no?, ¿por qué tienen que gustarnos a
todos las mismas cosas?, ¿por qué tenemos todos que disfrutar de los mismos
eventos o acontecimientos? “Tú eres tú, yo soy yo”, reivindica tu derecho a
tener tu propia valoración y criterio. No tengas miedo a expresar lo que
piensas, pues no hay una verdad universal acerca de cómo ha de vivirse esta
época de Navidad.
Yo hace tiempo que decidí
la mía, y es la de compartir con los míos el culmen de lo que significa la
Navidad, y no es otra que por mi credo, el nacimiento de Jesús, y todo lo que
dentro de mí produce cada año; pero eso es una celebración muy íntima que no
necesita de luces, regalos, muecas falsarias, encuentros obligados, hipocresías
y vanidad (que no caridad) de los que pretenden hacer su “obra buena” estos
días; pero claro, debo ser un bicho raro.
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