"Y AL RESPECTO, ¡RESPETO!", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 23 de diciembre de 2018
Este pasado
viernes en la presentación del segundo libro de la gran cronista pontevedresa
Milagros Bará, me encontré con el director de Diario de Pontevedra, Miguel
Ángel Rodríguez, que en la presentación de “Crónicas de Pontevedra”, nos dio
una lección magistral sobre el peligro de la información, de la necesidad y de cotejar diversas fuentes antes de
publicar; todo un alegato hacia el periodismo como
profesión para informar, para garantizar uno de los derechos más importantes
que avala nuestra Constitución Española de 1978.
Cada día se vuelcan un total de 18.000.000.000 de contenidos a Internet, y no todos son veraces, ni mucho menos, ya que 7 de cada 10 son “fakes”, es decir, falsos; y de cada 10 personas que caen en el engaño, 7 de ellos los creen a pies juntillas. ¡Terrible!
Y aquí es a
dónde quiero yo traer el tema de disertación a este artículo de opinión
dominical, porque la información, como bien decía Migue Ángel, debe ser veraz y
de calidad, y hablando de calidad me voy a referir a esa información prostituida
por varios medios de comunicación, especialmente en la televisión, la que
desprende un pestilente amarillismo innecesario, en noticias de lo más
desgarradoras, en aras de aumentar o mantener la audiencia.
La antesala de
esta Navidad de 2018 ha estado impregnada de desdichas y horrores; pero sin
duda alguna, la desgracia que más horas y páginas ha ocupado en los medios de
comunicación en esta semana que finaliza, ha sido el vil asesinato de Laura
Luelmo, que merece especial mención, precisamente por el tratamiento de la información
que rodea ese infortunio.
Para empezar,
enviar mis condolencias a la familia, novio y personas que más querían a Laura,
por el espantoso desenlace (uno más de tantos, pero este está muy reciente), de
un caso de violencia sin piedad ante una mujer indefensa que, debido a su
confianza en los vecinos a los que venía a servir como educadora de sus hijos,
tuvo uno de los más espantosos finales, sobre los cuales no voy a entrar a
diseccionar, porque eso es precisamente lo que quiero denunciar a través de
estas letras; ya que simple, tristemente y absorta por el espanto, solo nos
deberíamos quedar con que le han quitado la vida en uno de sus mejores
momentos, a cargo de un engendro del mal, y la aplicación más severa de la ley
sobre este monstruo.
Hablando de
información, no entiendo como nadie la advirtió sobre la casa que había
alquilado y la cercanía del hogar del mismísimo demonio; ya que el pueblo de El
Campillo (Huelva) cuenta con apenas 2000 habitantes (censo oficial del 2016), y
todos se tienen que conocer; es más, cito una manifestación de los lugareños
años atrás en contra de la presencia en la villa del confeso asesino y su
hermano gemelo que también cumple condena, ya que sembraban el terror desde pequeños
en el colegio. No cabe en mis entendederas que ningún compañero le dijese nada.
Quizá se hubiese
evitado la muerte de la joven por esa aberración humana, o no; aunque lo que
también se me está haciendo de difícil digestión es que le dejasen salir así
porque sí de la cárcel en un permiso que corresponde por el cumplimiento de
parte de la condena. Este tipo de reos no son comunes, deben ser tratados con
un protocolo especial, acaso, ¿no hay tribunales periciales que evalúen el
estado de este ser como otros similares? La Vida de Lura ya no tiene vuelta
atrás, pero se pueden prevenir otros casos como este.
Aquí de nuevo
falla el sistema; lo tengo claro, y aunque no sea periodística también ha fallado
la información. Les cuento, porque mi hermano Ramón, tuvo su primer trabajo
como médico en la cárcel de la Lama, recién inaugurada, y me decía que,
precisamente los psicópatas, eran los reclusos con mejor y más educado
comportamiento en prisión. Y yo misma cuando era delegada provincial de la
consellería de cultura en la provincia, visité en dos ocasiones la cárcel de la
Lama y, pude ver en primera persona que violadores reincidentes respondían a
este patrón de frialdad educacional y trato más que correcto; por lo que no entiendo
esta consideración que conocíamos como preso de confianza del degenerado
Montoya.
Independientemente
de denunciar estos desaciertos, omisiones, descuidos, y yerros del sistema y de
una falta de comunicación e información, vuelvo a hacer mención a la periodística;
porque no hay derecho al tratamiento que
se está haciendo del asesinato de Laura (como antes y desgraciadamente ya han
sufrido muchos otros) por parte de distintos programas que se hacen llamar
“informativos” en las cadenas de máxima audiencia y en horario “prime time”;
porque no se salva ninguna de ellas, aunque el desatino sin precedentes se
produce cada mañana en Antena 3, en el “Espejo Público” de Susana Griso,
concretamente en el espacio que dedica a desmenuzar los más asquerosos
pormenores de las noticias más virulentas, y lo hacen a través de las
sobreactuaciones sensacionalistas de dos señores que dejan mucho que desear
como comunicadores de calidad, me refiero a Nacho Abad ya a Alfonso Ejea, que hacen
de sus apariciones en antena que aquel periódico “El Caso” sea un cuento
infantil. Y lo de ayer mismo por la tarde en Tele5, mejor ya no digo nada,
porque no tengo palabras.
Si yo como persona
ajena al entorno de Laura me siento asqueada, no quiero ni imaginar lo que está
sintiendo su círculo más íntimo que, ya han pedido por activa y por pasiva,
respeto para ellos, pero en especial para la que ya no está, para su memoria.
Y como persona
conocedora de la comunicación, estoy convencida que ¡ya ha llegado el momento!,
que debemos de tomar cartas en el asunto, y plantearnos un pacto entre
informadores para diseñar un protocolo sobre la manera de tratar y dar a
conocer la información de noticias muy graves y procesos de investigación como
éste. Y lo digo alto y claro, porque es inhumana la disección informativa que
hace hincapié en asuntos y consideraciones de lo más nauseabundas con el único
objetivo de aumentar la audiencia y cubrir horas de programación en
televisiones y radios, además de hojas interminables en periódicos
sensacionalistas e imitadores; yen todos y cada uno de los casos, haciendo
oídos sordos al clamor de respeto que se solicita hacia la víctima y su entorno
más cercano.
Tomemos conciencia sobre el hecho de informar, que no es hacer amarillismo, y hagámoslo todas las personas implicadas sin excepción, porque comunicar es una cosa y hacer escarnio público de la memoria de los que se han llevado la peor parte en una noticia sobre agresión o asesinato es otra, y al respecto, ¡respeto!
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