"LOS DISGUSTOS DE LA PERMISIVIDAD", artículo publicado en Diario de Pontevedra el 17 de marzo de 2019
Algo hemos y seguimos
haciendo muy mal como sociedad. Hemos
pasado de una autoridad alimentada por el miedo (que no es la solución a la
educación de los menores), a una permisividad tan mal gestionada que nos está
dando si cabe, más disgustos que otra cosa.
No es la primera vez
que hago una reflexión en este sentido, quizá sea una deformación profesional
que me lleva a tener en permanente estudio y análisis la sociedad y la
influencia que las actuaciones de los poderes públicos ejercen sobre ella; ya
que estamos inmersos en una espiral de “buenismo” y permisividad, que lejos de
solucionar los problemas cotidianos los acrecienta.
En nuestra sociedad y a
través de las máximas del ordenamiento jurídico una cuestión prevalece sobre
muchas, me refiero a todo aquello que atañe a los menores como colectivo
prioritario, los cuales tienen reconocido el derecho a recibir la asistencia y
protección que les garantice el pleno desarrollo de su personalidad,
conformándose dicho derecho en una responsabilidad tanto de sus familias, en
primer término, como de las Administraciones Públicas.
No es la primera vez
que nos hemos encontrado con una noticia como la que nos informaban los
distintos medios de comunicación esta semana y que hacía referencia a la
condena, por parte de la Audiencia Provincial a una madre pontevedresa por
haberle dado dos bofetadas a su hijo de 10 años porque no quería ducharse.
El resultado, una
sentencia condenatoria por violencia doméstica que se traduce en una pena que
el juez establece de dos meses de cárcel, sustituibles por servicios en beneficio de la comunidad, además le prohíbe aproximarse a menos de 200 metros
del pequeño durante seis meses.
He intentado indagar y
hacerme con el contenido de la misma, pero no ha sido posible, aunque tras el
artículo en este mismo periódico del bien instruido Santi Mosteiro, no ahondaré
más en el tema; pero sí puntualizar que, tras los dos
bofetones, el menor sufrió un eritema en las dos mejillas, es decir, unas
rojeces superficiales en la piel, y que fue asistido en una única asistencia
facultativa que ni siquiera precisó de tratamiento médico.
Ahora les transmito
otra sentencia en esa misma línea y dictada por el magistrado José Antonio
Vázquez Taín, en donde siendo titular del Juzgado de lo Penal nº 2 de A Coruña,
en 2017 absolvía una madre coruñesa que había sido llevada a los tribunales por
dar un bofetón a su hijo de 11 años ya que "el
menor hacía caso omiso a sus indicaciones de que colaborase poniendo el
desayuno … a fin de que depusiese su actitud
rebelde y violenta, le dio un bofetón muy fuerte la altura del pómulo
izquierdo".
Soy de las que piensan
que las comparaciones son odiosas, pero aquí están estas dos situaciones con
dos sentencias distintas ante un mismo denominador común, el de los menores que
se revelan ante sus padres haciendo su santa voluntad, y con la misma casuística
juzgada bajo la misma Ley de Protección del Menor de 2015.
Porque no tengo espacio
en este artículo de opinión, pero les remito al juez de menores Emilio
Calatayud, todo un ejemplo en el dictar sentencias reeducativas y
confeccionadas como un traje a medida para cada caso, y que siendo uno de los
mejores conocedores de la realidad social del menor como pocos, no hace mucho
en una de sus intervenciones sobre “ Una educación para la sociedad del futuro”
nos dejaba esta frase para reflexionar: “Hemos pasado del padre autoritario al
padre colega … y por ende, a la
inexistencia de los deberes de los hijos para con los padres…”.
Jamás justificaré el
uso de la violencia ante nadie, y menos en los menores, aunque en mi humilde
opinión el “buenismo” y la permisividad es lo que trae estas consecuencias,
nada fáciles de solucionar. Hay muchos casos similares que sin llegar a
denuncia las vivimos en nuestra cotidianeidad, y traducidas en no pocas
casuísticas al revés, donde existen denuncias de progenitores que son agredidos
por sus vástagos.
Y en esa misma tesitura
de permisividad y “buenismo”, también nos encontramos otro caso esta semana
que, gracias a Dios no tiene nada que ver con los anteriores por lo espantoso
de su resultado, pero sí en la actuación de unos padres hacia sus hijos, con el
resultado de la muerte de estos últimos; ya que la tragedia de Godella, en
palabras de muchos de sus vecinos, pudo haberse evitado si los poderes públicos
hubiesen actuado en tiempo y forma, ya que en ese pequeño municipio de poco más
de 13.000 habitantes y que forma parte de la llamada Huerta Norte, que conozco
bien por mis asiduas visitas a Valencia, la gente corriente era sabedora de la
situación en la que vivía esta unidad familiar “okupa”, desordenada, con
extraños comportamientos por parte tanto del padre como la madre, y en riesgo
de exclusión social. De ahí la preocupación de los vecinos y la ayuda que le
prestaban. Entonces me pregunto, ¿cuál es el trabajo de los servicios sociales
de Godella? El que debían de haber hecho, ¡no!. Ahí lo dejo.
Más que mi opinión, que
también, en este artículo quiero dejar una reflexión que todas las personas
deberíamos de hacer en aras de una mejor sociedad para los que nos van a suceder en la vida, y plantearnos
seriamente si compensan los disgustos de este “buenismo” y esta permisividad.
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