SOY ANA Y NO ME VOY A CALLAR, artículo publicado en el Diario de Pontevedra el día 22 de noviembre de 2014

Eso me decía a mí este miércoles por la tarde una mujer maltratada, que lo fue hace no mucho tiempo y, pongamos que se llama Ana.

si me hubiese dado una bofetada o un puñetazo… quizá no hubiese aguantado tanto … pero los insultos, las faltas de respeto, el ninguneo, las vejaciones … fueron poco a poco acabando conmigo… hasta fui su esclava sexual para ver si …cambiaba…le consentía todo (…) pero sabes, ni soy una puta, ni una cerda y por supuesto que viendo esto en la calle tampoco me voy a callar!, pero tú que puedes escribir en un periódico o hablar en la tele dilo por favor, a las mujeres que hemos sufrido esto, no nos ha hecho ninguna gracia encontrarnos con estos carteles por la calle!”.
Pues aquí estoy, soy Ana, lo prometido es deuda, te di mi palabra y mi palabra está por encima de todo.



Con ese testimonio absolutamente desgarrador que me contó en primera persona y pudiendo apreciar yo, solo una milésima parte de lo que ella ha podido sufrir, no me tembló la voz, o mejor dicho sí, cuando le di un abrazo y le dije que no estaba sola y que contaría su historia, eso sí, respetando su anonimato porque, hay cosas que duelen más que los golpes y los insultos.

La violencia sexista, constituye el más cruel exponente de la falta de igualdad de nuestra sociedad y uno de los ataques más flagrantes a los derechos fundamentales de las personas, como la libertad, la igualdad, la vida, la seguridad, la no discriminación y la dignidad humana.

La violencia sexista es un delito que se tiene que perseguir, es una lacra que no se puede consentir y un mal que se tiene que erradicar. Pero eso lo tenemos que hacer entre todos y todas.

No existe una única forma de maltrato, cada historia, cada caso es único; cada víctima de estos terroríficos episodios vitales, tiene sus propias vivencias y actúa en función de su propia realidad y de su entorno.

Cuando creíamos que la concienciación en la lucha sobre la erradicación de este horror, se había extendido por toda la población, independientemente de la edad y del sexo en pleno siglo XXI, nos encontramos con que en este año, hay que hacer especial hincapié en los más jóvenes, donde parece ser se está reproduciendo de manera preocupante un sexismo y unos estereotipos de género que ya creíamos erradicados de nuestra sociedad; y en los casos de las mujeres mayores de 65 años, en las que la convivencia prolongada con el agresor hacen que estas situaciones sean normales y se conviertan en crónicas.

Desde el punto de vista sociológico para combatir la violencia sexista, las campañas de concienciación deben ir orientadas con mensajes en positivo y con el objetivo de, sobre todas las demás cosas, que las víctimas se sientan, en primer lugar arropadas y protegidas, para que, seguidamente puedan recibir la información necesaria para proceder a la denuncia (¡PORQUE HAY QUE DENUNCIAR!) y encontrar la ayuda necesaria para el momento del inicio de su nueva vida que se producirá una vez desenmascaren al maltratador.

Para una víctima de maltrato dar el paso de denunciar a su agresor no es fácil, lo sé, pero contamos con ayudas, con servicios, con recursos para todos los que quieran romper su silencio y salir de la muerte en vida en la que viven cuando son víctimas de la violencia sexista.


Todas las medidas son insuficientes mientras una persona viva bajo el miedo y la falta de libertad que eso supone.

Cualquier balance será negativo mientras exista una sola persona asesinada por esta causa, ya que ello significa que no viviremos ni gozaremos de una sociedad verdaderamente democrática y que pueda vivir en igualdad y e libertad.

Por eso insto a los poderes públicos en general y a nuestro ayuntamiento de Pontevedra en particular, y lo hago haciendo mía la voz de Ana, para que sean cautos con esas campañas de concienciación.

No se trata de ser los más originales para protagonizar minutos de gloria en los medios de comunicación. Las víctimas necesitan ayuda, cariño y protección, no “eslogans” que estén bordeando el cruce de la delgada línea roja de la prudencia y las sobresalten cuando se los encuentren por las calles, ni ellas ni a hijos, porque ellos también son víctimas.

Cuando menos, tengan ustedes un poco de humanidad, porque podemos conseguir todo lo contrario, eso me ha dicho Ana, y yo la creo.


Pues aquí va mi humilde aportación, te lo prometí y te dije que lo escribiría, YO TAMBIÉN SOY ANA Y NO ME VOY A CALLAR. 

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